Harold Alva

Críticos y estudiosos de la poesía de Antonio Cillóniz de la Guerra no han dudado en afirmar que Antonio es un poeta marginal. Discrepo de ellos. Marginal, según la RAE, es aquel o aquello perteneciente o relativo al margen (extremidad u orilla de una cosa). Lo marginal está al borde, es decir, no forma parte de lo central o de lo más importante. Cualquiera que haya leído Concierto para verso y prosa, la obra poética completa de Cillóniz o siquiera un libro, acaso Verso vulgar, Una noche en el caballo de Troya, Victoriosos vencidos o Usina de dolor, podrá confirmar que nuestro poeta jamás estuvo al margen, sino todo lo contrario. Me explico: quien revisa la historia y está atento al proceso, no a la moda, no a la tendencia, reparará que en la construcción estética de Cillóniz, el tiempo y la preocupación social, el rigor artístico, la religiosidad, no la religión, el valor moral que no tiene nada que ver con restringir la libertad, todas estas motivaciones están en su obra. Cillóniz está al centro de la preocupación social y estética. No al margen, no al extremo, no a la orilla. Podríamos construir su biografía a partir de sus viajes y retornos, de sus exilios como fuente para aferrarse a una patria, pero sería insuficiente. Antonio Cillóniz de la Guerra ha hecho de su vida, su obra; de sus viajes y retornos la arquitectura de una casa a la que asiste sin importarle el territorio. Leer Concierto para verso y prosa nos pone frente a múltiples posibilidades para entender la poesía. El arte como búsqueda de la perfección, como principio o resultado y la maquinación perfecta de una sensibilidad que no ha reparado en lo críptico para presentarnos la totalidad de un registro con el acierto de las aproximaciones.