Crítica y épica: una lectura sobre Una noche en el...
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Leer este libro es como entrar en trance. Primero por la generosidad con que Antonio nos abre las puertas a todos sus lobos; segundo porque sus lobos son centenares (hablamos de 280 poemas organizados en seis libros o secciones); tercero porque la lectura de estos textos va envolviendo al lector, llevándole a una zona del lenguaje desconocida y enfrentándole a la intemperie de unos temas universales envueltos en una sintaxis compleja, excéntrica, agónica –en su sentido etimológico de «combate, lucha», guerra. «Homo homini lupus»: el hombre es un lobo para el hombre.
¿Qué simboliza el lobo? ¿Qué son estos lobos que dan título al conjunto? ¿A lo mejor el poder, o la injusticia, o la libertad, o el neoliberalismo, la muerte, la escritura, los miedos, la/s guerra/s, los múltiples yoes que nos conforman, el futuro, el exilio…? Cada uno de los 280 poemas son una respuesta distinta a esta pregunta.
¿Qué son ese afuera y ese adentro? ¿A qué remiten? Por de pronto, diré que son dos adverbios (pero esto lo desarrollaré más adelante). Lo que sucede es que estas dos categorías espaciales aquí se desdibujan o transparentan; se resignifican a cada paso, mutan una en otra. ¿El adentro es Perú y el afuera todo lo demás? Se responde (poema 3, pág. 34): «Mi país es la lengua en la que escribo, / mi patria es el planeta entero en el que vivo, / mis genes / son todos casi iguales al de todos».
Entre lo fractal (cada uno de los textos es distinto a los demás, pero hay cierta auto-similitud entre todos; quizás por eso la lectura completa de estos Lobos genera cierto trance) y el Big Bang2 (Severo Sarduy en su ensayo Barroco define el big bang como un «universo significante materialmente en expansión: no es sólo su sentido, su densidad significada») se mueve en este nuevo libro de Antonio Cillóniz. En su primer poema, «Canto iniciático», dice:
Aquí cada palabra que yo elija
al construir un verso se me vuelve eterna
[…] aunque después resulten verso a verso más y más interminables
cuando entre todas han tejido el texto apenas de un poema…
Como si el conjunto de 280 poemas que conforma el libro fuese un lobby al que se puede entrar y del que se puede salir por cualesquiera de ellos. Este libro es un aleph que lo contiene todo: política nacional e internacional, corrupción, dudas existenciales, paso del tiempo, abusos de poder. El tema del yo –o los yoes– se repite con cierta insistencia. Borges aparece varias veces en el segundo libro, Horizonte de sucesos. En varios momentos el yo lírico se desdobla «no te olvides que también eres De la Guerra / Y yo / Ni tú tampoco» (pág. 171), «Aquellos que sois tú / Y de entre todos esos quién es yo» (pág. 207). «Lo único cierto es que nosotros / –tú y yo– vivimos / Porque ninguno de los dos / Pudo matar al otro» (pág. 82). Este último texto es una imaginaria conversación con Borges, en la que ambos, hablando de sus bisabuelos, en realidad están hablando de sí mismos.
Aunque Antonio no es amigo de la llamada poesía experimental; de hecho, la parodia en el poema de las págs. 79-80: «dejémonos de huidobradas / y de creacionismos tan cubistas como inoperantes», lo cierto es que su escritura, su sintaxis, el andamiaje lingüístico de sus textos buscan un decir no usual. Aunque sus temas sean la actualidad (interna, interior, adentro –qué le está pasando– o externa, contextual, afuera –qué sucede en el mundo), su acercamiento poético rompe con lo esperable y crea un modo único e inigualable de mostrar el mundo. En este sentido, creo que su modelo es el último Vallejo, el Vallejo en el que se juntan el gran poeta social con un verdadero poeta experimental. Cito a Vallejo en su ensayo El arte y la revolución: «El intelectual revolucionario dice “Mi reino es de este mundo”». Y continúa: «La gramática, como norma colectiva de poesía, carece de razón de ser. Cada poeta forja su gramática personal e intransferible, su sintaxis, su ortografía, su analogía, su prosodia, su semántica. Le basta no salir de los fueros básicos del idioma. El poeta puede hasta cambiar, en cierto modo, la estructura literal y la fonética de una misma palabra, según los casos.» (pág. 64)
Trato de responder a la pregunta de cuál es entonces esa gramática que inventa Cillóniz en este libro (viene de atrás, ya la viene usando de un tiempo a esta parte): y una de las primeras cuestiones que salta a la vista –y al oído– es la cadencia respiratoria de muchos poemas que se componen de un solo enunciado larguísimo que hay que recitar del tirón; por eso en muchos poemas no hay puntuación. Sorprende este órdago a la grande con que Antonio enarbola su estética a estas alturas de su vida. Si «La poesía es tono, oración verbal de la vida» (otra vez cito al Vallejo de El arte y revolución, pág. 69) el poema dice de un golpe de voz lo que tiene que decir. Esto viene acompañado –en gran parte de los poemas– del uso de mayúsculas para dar comienzo a los versos y de la ausencia de puntuación en otros tantos, de modo que las cláusulas no se sabe dónde empiezan o dónde acaban, los versos se juntan con los anteriores o con los subsiguientes, o quizás ni empiezan ni terminan sino que fluyen, como la vida. Y aquí traigo una anécdota que tiene bastante que ver con esto y que dice mucho de este gran poeta: el año pasado Cillóniz recitó en el festival Aqueteleo, en Arnedo (La Rioja), y me sorprendió porque hizo una (re)lectura de sus primeros libros. Pero no los leyó como yo los conocía: por arte de magia –y de técnica, mucha técnica, y en su constante reescribir (su Obra, JRJ) y reescribirse a sí mismo– Antonio había unido (hilado, hilvanado, encadenado, fundido) los poemas de esos libros y ya no eran muchos sino uno solo, un solo río, una sola máquina que funcionaba perfectamente. Los textos que yo había leído sueltos ahora eran un solo texto, un solo aliento. A mí esto me voló la cabeza y me hizo releer su obra de otro modo. Quizás por eso, haber podido sumergirme ahora en Lobos de afuera y Lobos de adentro me hace hablar de trance, de ópera magna, de «divina tragedia» (como llama él a este libro, parafraseando a Dante).
Se diría que Antonio inventa nuevas figuras retóricas: en este libro emplea con frecuencia una hiperadverbialización (una acumulación importante de adverbios que van superponiéndose, a veces contradiciéndose en paradojas irredimibles) así como una sobrecarga de conjunciones o locuciones conjuntivas que saturan los textos y los disparan hacia posibilidades significativas inverosímiles, y generan periodos sintácticos inacabados o infinitos, según se mire. Tal es la concatenación y profusión de adverbios –de tiempo y de lugar, mayormente– que se amalgaman y funden (fusionan) los espacios y tiempos a los que se refiere, como si de una escritura cuántica se tratara en la que el gato de Schrödinger está existiendo y dejando de existir simultáneamente, está aquí y allá al mismo tiempo, en un ayer-mañana atemporal o supratemporal3. Con las conjunciones hace otro tanto: nexos causales que no tienen origen ni consecuencia sino otra cosa, dobles negaciones.
Además, hay uso de antítesis, calambur, poliptoton, textos en los que se juega con una pléyade de palabras del mismo campo semántico (por ejemplo, con palabras relacionadas con la fortuna hay dos textos: uno en la pág. 55 y otro en la 147). También juguetea con algunas estrofas, como el haiku (pág. 51) combinatorio, en el que explora todas las opciones posibles en la combinación de sus tres versos. Todo esto me lleva a plantear si la poesía de Cillóniz pudiere ser una variante del neobarroso latinoamericano. Este movimiento, que tiene su carta de presentación en la antología Medusario, siempre se ha emparentado con la veta gongorina; pero en alguna conversación con Antonio él me ha planteado un movimiento neobarroco conceptista, más quevediano. Este libro –y gran parte de la obra poética de Cillóniz– respondería claramente a este novedoso planteamiento.
Y todo esto sin perder el tono combativo, reivindicativo y crítico –en el sentido más marxista, en un sentido social y dialéctico– que siempre ha tenido Antonio. Así consigue armar sus poemas con un lenguaje claro, sencillo (no hay ampulosidad en el léxico; sí muchas marcas locales, peruanismos, la mayoría de los cuales se aclaran en un glosario que encabeza el libro; pág. 28) pero no exento de alteridad, de perplejidad: raro pero tajante. Ético: implacable con la/s injusticia/s. Lúcido y radical.
Cada una de las partes o libros tiene algún eje temático: por ejemplo, en «Horizonte de sucesos» se tocan temas de actualidad como la guerra de Ucrania, la de Gaza, el absolutismo de Trump, etc. «Espejo de costumbres» tiene poemas de tono existencialista, meditativo, más íntimo. «En la línea de fuego» aborda el tema de la violencia de Estado, especialmente en Perú; «Huaca fúnebre» tiene varios textos metapoéticos… Pero estos ejes temáticos que acabo de esbozar no son absolutos o excluyentes: en cada sección hay textos de otros temas, a la manera de las misceláneas barrocas, ese género protoensayístico que aquí viene envuelto en una tekné poética. Hay cartas (pág. 108, 227), noticias (pág. 51), canciones (pág. 184), diatribas (pág. 119), diálogos (pág. 185) y un largo etcétera.
Para ir acabando, Cillóniz, en la última parte de su libro –una sección, como he dicho, cargada de bastantes textos metapoéticos– aclara el fin de su poesía: «por eso es que a nosotros nos madrugan siempre» (pág. 223) «yo escribo para ser leído en el futuro» (pág. 205). El futuro se presenta ahora, con contundencia y trance, en estos Lobos de afuera y lobos de adentro.
[1] Este texto fue redactado para la presentación de Lobos de adentro y Lobos de afuera (Amazon, Iadelca ediciones, 2024), que se realizó en la Librería de la Casa de México de Madrid el 29 de mayo de 2025, gracias a la gestión del poeta peruano Gian Pierre Codarlupo y en la que Jesús Arellano compartía mesa con Teodosio Fernández, catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid, y María del Carmen Sotillos rubio, poetisa, traductora y autora del prólogo del libro.
[2] Hay varios poemas del libro que remiten a una genealogía del universo; pero Cillóniz no hace una cosmogonía mítica sino que parte de una concepción científica, materialista. En la página 121, el poema 39 de la tercera sección de Afuera termina: «Jamás sabremos cómo era todo / Antes de la expansión del universo / Ni en qué acabará tampoco / Cuando la inercia del todo cese / Porque jamás también es siempre / Y nunca es todavía ahora.» En la página 154, el poema 35 de la cuarta sección empieza así: «Como dos agujeros negros operando a oscuras […] logrando ya que todo sea antimateria». Por poner solo dos ejemplos, pero hay unos cuantos más.
[3] «hoy es siempre igual que ayer o que mañana […] un segundo sea siempre» (pág. 225)
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