Jesús Benítez Villalba

Universidad Complutense de Madrid / España

ANTONIO CILLÓNIZ NOS ENSEÑA A VIVIR LA MUERTE

Antonio Cillóniz de la Guerra (Lima, 1944) llegó de su Perú natal a España en 1961. Así parece formar parte de esa dolorosa y triste serie de poetas o narradores peruanos que, por diversos motivos, han tenido que abandonar su país. Lamentable tradición que nos recordará los nombres de Carlos Oquendo de Amat huyendo de la enfermedad, del fundamental César Vallejo que escapó de sus obsesiones personales, cada vez mayores por la amenaza de que se reabriese su proceso judicial, de Gustavo Valcárcel, Juan Gonzalo Rose, Manuel Scorza o Francisco Bendezú, desterrados por la dictadura de Odría, o de Alejandro Romualdo en fecha más reciente. Y también podemos recordar el nombre de otros que ni siquiera tuvieron esa oportunidad, como Edgardo Tello y Javier Heraud, muertos violentamente dentro del país.

En consecuencia, ha sido en España donde Cillóniz ha desarrollado la mayor parte de su obra poética que, con el presente, ya llega a los diez libros. En conjunto, se trata de una producción más que suficiente, tanto por su extensión como por su coherencia de estilo y temas, para que el autor empiece a ser visto como una de las figuras más significativas de la poesía contemporánea en español.

Los estudios de conjunto sobre la poesía peruana de los últimos tiempos son relativamente escasos y, ante la evidente dificultad para definir sus tendencias y rasgos, se ha optado por “organizar” a los poetas por orden cronológico. Según este sistema (tan utilizado como poco informativo) Antonio Cillóniz ha sido incorporado algo mecánicamente a la llamada generación del 70.

Otros trabajos, interesados por transmitir ideas un poco más informativas, han repetido que este poeta resulta especialmente difícil de agrupar, que es “casi un marginal”1 .  Lo cierto es que no sería difícil de asociar con otros muchos poetas y artistas, peruanos o de cualquier otro país, que vivieron las experiencias de la Guerra de Vietnam, de la Revolución Cubana, las actividades del “Che” Guevara, los cambios en el Chile de Salvador Allende, el Mayo del 68 parisino, la Primavera de Praga y otros muchos sucesos de trascendencia política e histórica que fomentaron en los creadores unas posturas políticas de entusiasta adscripción a las ideas de izquierda, la creencia en la posibilidad de mejora del ser humano, la defensa de la utopía por encima de cualquier circunstancia y, sobre todo, la necesidad de una acción comprometida y pública2.

El crítico peruano Ricardo Falla, en su libro Fondo de fuego. La Generación del ‘703, consigue algunos juicios más significativos sobre los poetas de estas fechas y destaca en ellos el haber aparecido en torno a 1965 y 1970, casi todos universitarios y agrupados en revistas como Gleba, Antara, Universidad, Páramo, Nueva Humanidad, Estación Reunida y Hora Zero. Se mueven en un contexto de búsqueda de mejores definiciones de lo nacional, bajo el gobierno algo más progresista del general Juan Velasco Alvarado4, y presentan algunos rasgos que justifican el que a este grupo se le pueda comenzar a llamar Generación, pues son casi todos socialistas, más o menos próximos al marxismo, y buscan unánimemente la mejor exposición del ser peruano. A pesar de esta adecuada descripción general, Ricardo Falla reitera, una vez más, la dificultad de adscribir la obra de Cillóniz a cualquier grupo y lo incluye en la lista de los poetas “insulares”5.

Es muy posible que si buscáramos características colectivas en las obras de todos esos poetas de la llamada Generación del 70 encontraríamos una común postura inicial de soledad y de rechazo, de “insularidad”, pero también se podría destacar su tono provocador y agresivo, el lenguaje prosaico y poco elaborado en apariencia, directo y valiente, que refleja intensamente una realidad criticada y que se enfrenta a cualquier tradición poética. Igualmente, en esa línea de definición nacional, se puede destacar la presencia de Oquendo de Amat o del Vallejo de Trilce en el exquisito cuidado que estos poetas mantienen a la hora de estructurar el poema como un conjunto textual, como una construcción en la que todo funciona por las relaciones que se establecen entre los componentes del mismo.

La obra de Antonio Cillóniz se inició en 1967 con Verso vulgar, libro de estructura muy trabajada, con diferentes partes unitarias y con títulos en cada una de ellas (lo que va a ser habitual en los demás libros del poeta), cuyos temas giran en torno a tres líneas fundamentales: la realidad inmediata y lo cotidiano, la literatura y el arte, y la ruptura y la muerte. El primer poema de esa colección, y por lo tanto de toda la producción de Cillóniz, representa bien alguno de los rasgos que luego serán constantes. En él se lee:

Tardó en nacer
este libro
el mismo tiempo que emplearan
los obreros
en levantar la plaza
que sigue enfrente de mi casa.6

En esta misma dirección, la poesía de Antonio Cillóniz muestra un permanente interés y preocupación por la gente de la calle, por el trabajador y sus problemas, por todo aquel que vive y sufre en el momento de realizar su trabajo, como sufre el mismo artista al crear sus textos. El poeta es un testigo del mundo, un protagonista crítico que, desde esa básica comunión con un público mayoritario, pasa fácilmente al tema de la revolución y la ética, a la defensa de la libertad y de la verdad. Para conseguir este objetivo tiene que mantener un tono asequible y no renuncia a la mayor crudeza o violencia, por lo que, en ocasiones, se transmite una fuerte sensación de dramatismo, de catastrofismo que, en realidad, pretende incitar al lector para una reacción urgente.

En aquellos primeros poemas apenas hay alusiones a temas personales o íntimos. El poeta esconde púdicamente sus asuntos más privados, que no parecen materia socializable. Más adelante, en los otros libros sucesivos, ya podremos encontrar expresiones de sentimientos individuales, pero casi siempre parcialmente enmascarados bajo símbolos de interpretación poco evidente. Y, en esta línea, hay que destacar la ambigua presencia de las parodias y la ironía como recurso del autor.

Poesía de fuerte elaboración intelectual, todos los aspectos formales se han pulido y trabajado hasta la poda casi absoluta de cualquier adorno, de todo lo que pueda inducir a error, confundir o adormecer al lector. Si la realidad es dura y violenta, los textos que hablen de ella no deben falsearla o ser compasivos.

Pero, dentro de esa línea de trabajo y cerebralismo, nos vamos a encontrar con unos poemas en los que se destaca la búsqueda de lo ingenioso, la creación de razonamientos equívocos o, por lo menos, ambivalentes. Estos ejemplos (“artilugios” los llama el autor), en los que una palabra alarga su significado y se puede entender de varias maneras, son también constantes en el conjunto de la obra del poeta. Todo en la línea intelectual que define “Hombres de letras”:

Hombres de letras,
no está nada bien
que anden pidiéndome poemas bellos,
pues prefiero una historia aburrida
a una pausa de pensamiento. (25)

Los rasgos iniciales de la poesía de Cillóniz se han mantenido con constancia a lo largo de su obra como evidencia de su madurez y seguridad. Pero en libros posteriores ha habido algunas variaciones, como ocurre en Después de caminar cierto tiempo hacia el Este (1971), poemario que recibió el premio “El Poeta Joven del Perú” e introduce el tema nacional visto con un fuerte aire dramático. En Fardo funerario (1975) se mantiene esta imagen del Perú como origen y doloroso destino en textos muy marcados por las vivencias personales del autor, por la disociación producida a partir de su nuevo arraigo en una España no menos violenta.

En Una noche en el caballo de Troya (1987) se puede destacar la tendencia, que ya se manifiesta en libros anteriores, a reutilizar materiales literarios de distintos orígenes con intenciones muy variadas. También aparecen lo que se podría denominar “secuencias lógicas”: estructuras que primero plantean condiciones positivas que, después, no se cumplen, enfrentamientos entre un antes lleno de posibilidades y un ahora negativo o un presente y su futuro. El conjunto tiende al mayor pesimismo y a una brevedad cada vez más acusada que, junto al tono razonador, da lugar a unos textos que se pueden comparar con los aforismos:

PROMETEO
Si odias a los dioses
porque un día te quitarán la vida
toda tu vida vivirás atormentado.
Mas si los amas
porque te dieron la vida una mañana
toda tu vida entonces vivirás
temiendo morir atormentado. (158)

Las mismas líneas generales que hemos venido viendo se mantienen en Contra la condena de las flores (textos escritos entre 1979 y 1982), Nunca hallarán mis labios (1983-85), Simetrías, Como espadas de Damocles y Panteón (los tres publicados en 1992) con frecuentes juegos de palabras, propuestas cínicas y textos intensos en su máxima brevedad. Hay también en ellos algunas referencias a lo amoroso, un aparente alejamiento del tema peruano que en realidad no lo es gracias a varios ejemplos que siguen la mejor línea poética de César Vallejo, y algunos juegos fonéticos y grafismos que no evitan el enfrentamiento casi permanente con una dramática realidad presidida por la imagen de la muerte:

TENER QUE
Tuve que salir despavorido de un sueño
para caer en otro
aún más pavoroso.
Y siempre la muerte tendida a mi costado. (317)

Ahora nos encontramos ante el décimo libro de Antonio Cillóniz y, en él, podemos apreciar algunos cambios –sobre todo por intensificación– que son muy significativos.

Todo este libro gira en torno a la muerte (y, más concretamente, a la muerte de la madre). La constatación de la realidad de la muerte, vista de forma sencilla, lúcida e incuestionable, es la base de alguno de los poemas y explica en parte las expresiones paradójicas que aparecen en los títulos que antes mencionábamos. Un poema que puede servir de ejemplo:

En la porción de cielo oscurecido
hallé la claridad.
En tierra removida
fundé esperanzas.

Lógicamente esta dedicación hace que nos enfrentemos con una poesía muy variada, en la que se pueden rastrear verdaderos diálogos de poemas pertenecientes a otros libros del autor, en que algunos de sus versos forman parte de poemas anteriores, de manera que esta evocación del conjunto de toda la obra –de toda la vida– la reorienta hacia ese doloroso final de la desaparición de la madre:

Tú eras la chica de la sombra
en el paradero de los ómnibus.
¿Te acuerdas?
Tú fuiste la muchacha
que rondaba mis sienes.
¿Recuerdas?
Para resguardarte de la mirada
de los vecinos
estoy tan tendido a tu costado
que ni ellos ahora nos reconocen.
Y han puesto en nuestro predio
un techo
que es el suelo de todos.
Por una ventana nos ofrecían
simientes de nuestros propios sarmientos.
Míralos adormecerse con sus distintos destellos. Ahora
cuando quiero alzar hasta tu frente los cuernos
de la abundancia
y ante tus pies mostrar una corona
de vilipendio
sobre mis sienes.
Ha sido el mecanismo perfecto que torna
las semillas del tiempo que tú siembras
por brebajes y víveres
para el barbecho que yo encuentre en tus campos.
Aunque ocultamente los rindo
en un ritual que secretamente repito.

También se pueden destacar las formulaciones más inmediatas de aproximación a la misma muerte desde la descripción de un cementerio:

Verano e invierno
sin primavera ni otoño.
Cuando los gatos en las tapias maúllan
a la luz de la luna. Allí
donde los trenes guardan y acarrean infortunios
y atrocidades.
Vagabundos por las aceras con su mirada vuelta
hacia el destello de rieles de tranvías
por plazas y avenidas. Todavía bajo las estrellas
forasteros en pensiones furtivas. Y hostales
donde duerme boca abajo el perseguido
con un ojo en la espalda y otro en la sien
el suicida.
Ante ancianas y niñas
cuando sobre sus sombras se mean los guardias
y los borrachos.
Sobre la tierra de los muertos
en la tierra de los cementerios.
En la tierra de los cementerios y de los muertos
sobre la Tierra.

O del mundo vegetal, urbano, marino o animal,

La yerba crece
dentro del cráneo de un caballo.
Su quijada
está pastando tiempo.
A través de su esqueleto
el viento pasa
arrastrando polvo y hojas secas.
En el hueco de sus vísceras
las hormigas
no respetan que esté rumiando
ya la muerte.

de la enfermedad o la descomposición física,

Los ríos están muy secos. Parecen venas
ennegrecidas
del brazo de un anciano. Donde sus aguas
entre las escamas brillantes de los peces
dejaron de correr.
Ahora el cuero húmedo de un cuerpo hinchado deja
la viscosidad de sus vísceras abiertas a las moscas.
Es una res doblegada
como un saco de arena en su lecho.

que adopta con frecuencia un tono fatalista, de un mundo paradójico,

Como legado recibimos la utopía.
Han cambiado los vientos
aquellas ilusiones
y las nubes
serán muy otras.
¿Florecerán 
alrededor de nuestras tumbas
esas semillas que hoy dejamos enterradas?

en el que sólo pervive la injusticia

Murió la que cocinaba y ponía los platos en la mesa.
Tras ella se fueron
quienes eran servidos por ella.
Murió el zapatero.
Con él
también se fueron sus viejos ideales
de anarquista.
Murió el viejo vendedor de periódicos.
En su quiosco quedaron encerrados
sus sueños de escritor
aun cuando nadie le enseñara a leer.
En fin,
murieron todos.
Incluso los niños de la escuela y el parque.
Aquéllos cuyos hijos heredarán su miseria.
Igual que ayer,
ésos
no han muerto todavía.

y, con frecuencia, amenazado:

La madera del tronco podrido
alberga cuervos y urracas.
Más allá
entre latas oxidadas y plásticos amarillentos
los campos se abren
en costras resecas.
Tras el horizonte
donde se ve el débil resplandor de una hoguera
se encrespan bloques
de vivas aristas.
Y caras carcomidas
por los agujeros de unos ojos
cuando se funden estallidos de cientos de estrellas
eléctricas.
Es la gran ciudad.
(Adormecida.)

El yo poético se manifiesta, en contra de lo que podríamos pensar por lo triste del tema general, como observador que quiere ser objetivo, 

He ya perdido todo.
El afán que sentí por la escritura.
Cuando en las hojas
podía detener
o revivir cualquier instante.
Ahora miro y solo veo
cómo van pasando los días y las horas.

que busca de forma un tanto voluntarista alguna imagen positiva

Quiero inventarle a tu alma
un dios inmensamente bueno
y dulce
que entre las rosas y jazmines
de tu jardín de niña
te deje como el lirio
amaneciendo siempre.

y que, con frecuencia, nos ofrece esos aforismos que, a veces, escandalizan por su cinismo o deslumbran por su brevedad y su tremenda simplicidad:

La dimensión
de los fracasos muestra
lo desmedido
de nuestro empeño.

Viene la sombra
y la luz se va.
La luz regresa
y quédanse las sombras.

Pero, lógicamente, los poemas también tratan asuntos bastante variados que van desde la expresión amorosa o erótica, el alejamiento de la patria

Condenado a crecer
lejos de tu casa y fuera de la gran ciudad
donde naciste,
aún guardas imágenes
de tu partida
que siempre rememoras.
Cuando vuelvas reemprenderás el viaje
creyendo
no haber llegado todavía.

o la soledad, el desconsuelo,

Arrastrabas contigo
los ruidos y las sombras del hogar
sollozos
y pasos infantiles
pero silencio en ti traías
entre murmullos y miradas
voces o gestos
extraños a la gente
aunque detrás de ti
solo dejaras soledad.

Los veintisiete poemas centrales presentan imágenes o enfoques del tema de la muerte o valoraciones de las circunstancias que rodean tan dramática realidad:

Tras la muerte solo
quedará en mis ojos
la luz más pálida
de tu última mirada.

Y el viento, alzando las cortinas
hasta ponerlas casi entre mis manos,
meció sobre la cama
la sombra eterna de una sola madre
muerta.

Alrededor de la imagen central de muerte se desarrollan otros temas variados que, en realidad, representan el entorno general de la vida, en cuyo transcurso, mientras la madre vive, no es necesario mencionarla. Pero, tras la muerte, su nombre será evocado con dolorida frecuencia. Las visiones abarcan un amplio campo de posibilidades que oscila entre esta cruda descripción de la soledad y el vacío, la búsqueda de fórmulas de aceptación o constatación de algunas realidades positivas y algunos momentos en que el texto reflexiona sobre la creación literaria,

¿Sigue habiendo allí gente
alrededor de este poema?
Al escribirlo, silenciosa
y solitariamente,
no obstante
estaba en medio de la gente,
inadvertida para mí hasta ahora
y yo por ella solo entonces.
“Ahora descansa mi voz
al pie de cada letra.”
–¿Sigue habiendo vida allá afuera?

hace breves homenajes a otros poetas, como Quevedo en

Ayer fue polvo;
será nube mañana.
De la lluvia caída
que hoy casi sus huesos enfanga.

En este campo, seguimos encontrando ejemplos de poemas estructurados mediante preguntas y respuestas o por el enfrentamiento de pasado y presente, sin olvidar los juegos gramaticales, tan propios del autor,

Sobre la arena del desierto
derramada
el amor es agua.
Y en el interior de una cántara
vacía
el odio
es sombra fresca,
humedecida.

en el que los adjetivos “derramada” y “humedecida” pueden ser atribuidos tanto a “arena” como a “agua”, en el primer caso, y a “sombra” o “cántara” en el segundo.

Pero lo fundamental en esta serie de textos es la presencia sentimental de la madre ausente,

Ya hay huellas de otras almas
donde la sombra de mi madre
almidonó mis sueños.
Lejos de aquellas manos que temblaron
al derramar el cáliz de su sien
desde mi sangre.

y con la que, desde el abandono, todavía se intenta un angustioso diálogo por encima de la dramática realidad:

Vuelve tus ojos, madre,
a la terrible sombra de mi noche.
Tu soledad enorme se ha hecho con la mía
acantilado precipicio, abismo.

Lo primero que puede llamar nuestra atención es la cita que encabeza el libro (“Todas las flores se han marchitado” M. T. T.). Tras esas iniciales está Mao Tse-Tung, y enfrentarse en estas fechas a un libro que se abre con unas palabras de ese autor no puede dejar de inquietarnos en un sentido muy amplio. Por otra parte, el significado de la frase es suficientemente ambiguo y triste como para que lo podamos aplicar a situaciones de tipo personal del autor, pero también a lo político o cultural y referirlas, incluso, al mundo contemporáneo tan falto de ilusiones.

En este libro se puede apreciar que, frente a las estructuras lineales, de bloques que se desarrollan de forma más o menos sistemática y sucesiva en los anteriores, aquí el criterio que organiza los poemas es, en cierto modo, paralelo o concéntrico: los textos, brevísimos casi siempre, agrupados de cinco en cinco o de seis en seis, están situados de forma proporcional en torno a un grupo central de veintiocho poemas que lleva el título de ROSAL POSTRADO. Alrededor de ese eje, todo en el libro es simétrico y todo en él concluye hacia ese centro. Por delante y por detrás la numeración, decreciente primero y ascendente después, de tres series dobles de textos conducen la atención del lector hacia este núcleo. Esas partes de aproximación y alejamiento llevan tres títulos que resultan muy significativos en su consciente ambigüedad: EN LA SOMBRA ILUMINADA, EN TORNO AL ROSAL POSTRADO y ANTE LA LUZ OSCURA. Es interesante observar que se trata de una mezcla de términos muy expresiva: tanto “sombra iluminada” como “luz oscura” son expresiones paradójicas de armonía lograda por la unión de opuestos que no nos sorprendería encontrar en alguno de nuestros poetas místicos o en los clásicos.

Además, el libro nos sorprende con la aparición de un EPÍLOGO inicial y un PROEMIO final que colocados así, al revés, parecen desear un final algo más positivo, de irónica bienvenida (aunque se ha neutralizado por el cinismo del último poema titulado “Tregua”).

Hay también otra serie de textos que aparecen numerados y bajo doce epígrafes (“1 Hipótesis”, “2 Corolarios”, “3 Almanaque”…) que aluden, mediante arabismos y términos de origen matemático, a construcciones, profesiones o razonamientos más o menos teóricos. En conjunto, colaboran a crear un contexto de palabras relacionadas con ciencias especulativas o con estructuras fijas que, como podemos ver, son frecuentemente negadas por el autor, lo que les da un mayor dramatismo y espectacularidad.

Cuando más arriba hablábamos de mayor intensificación, nos referíamos al tema de Hacia el rosal postrado.

1  Así lo dice José Miguel Oviedo en Estos 13. Lima, Mosca Azul Editores, 1973, p. 19.

2  Posturas que han evolucionado en muchos casos hacia el más triste desencanto o la abierta y fría evasión.

3  Lima, Ediciones Poesía, 1990. Especialmente en el Capítulo III “Desde el fondo del fuego”, págs. 79-142.

4  Con el que el mismo Cillóniz colaboró en el Instituto Nacional de Cultura.

5  R. Falla: Ob. cit., pág. 82.

6  Antonio Cillóniz: La constancia del tiempo (Poesía 1965-1992). Barcelona, Los Libros de la Frontera, 1992. Pág. 16. Las citas que se hagan en adelante se referirán a esta edición y sólo incluiremos el número de página entre paréntesis en el texto.

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