Un modo de mostrar el mundo
Leer másUniversité de Reims / France
El mundo, el hombre y su asombrosa arquitectura, así podría definirse el contenido de los cuatro tomos de la obra poética de Antonio Cillóniz de la Guerra. Opus est reza el título de cada libro, con una resonancia solemne de final de ceremonia religiosa. El ritmo del canto que preside la vida de las células en lo material del universo es el mismo que anima la mente y la voz del poeta, materialista como lo fue también César Vallejo, o Stéphane Mallarmé que afirmaba que “hay que pensar con todo el cuerpo”. Ángel fieramente humano, así tituló uno de sus primeros poemarios el español, vasco como Antonio Cillóniz, Blas de Otero: la creación para él restituye al hombre su dimensión espiritual –opus y ángel remiten a la música, lo confirman las numerosas representaciones de ángeles músicos o cantores–, reivindicando su condición de criatura material que se atiene a lo que sus sentidos y la lógica le dejan percibir de este mundo. “Dios no es un artista”, dijo Jean-Paul Sartre, aceptando la belleza del universo pero señalando que sólo el hombre, creando a partir de los elementos del universo, produce el arte. Ser poeta podría definirse, por consiguiente, como proclamar la entera pertenencia a este mundo con sus goces y límites, alegrías y trabajos, formar parte de un inmenso concierto de lo existente.
Las cuatro partes del año y el día ritman la composición de los volúmenes. Compartir con los lectores la armonía del mundo requiere la sinceridad absoluta exigida ya por un Vallejo o un Mallarmé: “la mano que escribe y el corazón que siente”. El “aquí y ahora” de la escritura poética deviene entonces explicación órfica del mundo –el único deber del poeta, su reto peculiar a la vida y a la muerte, la autenticidad de su palabra–. Bajo la letra del texto, la autenticidad, lo hermoso y tremendo de lo que “tiene lugar”, según la expresión mallarmeana. El corazón palpita guiado por los ojos y la mente, los cuales también guían la mano del poeta. Así el poema nace de sensaciones: el cuerpo es el lugar en el que cantan las cosas.
¿Será la poesía comparable con las vibraciones del aire que dan colores al mundo? Las palabras del poema, para Antonio Cillóniz, emergen de todo lo diario aparentemente banal o incluso soez. Ya lo sabía y practicaba César Vallejo. La voz que se escucha en los poemas crea un “espacio en el tiempo” –un “lugar” diría Mallarmé–, desde el cual se admira la “constelación”. El aire y el agua, elementos imprescindibles para la vida, transparente el uno, cristalina la otra, según la sensación del poeta –y de cualquier ser humano– se ven azules en la “constelación” del mundo. La simultaneidad de la transparencia sin color y del color intenso, del momento fugaz y lo eterno, se materializa en el cuerpo que permite que se exprese la voz, mediante la dialéctica carne-mente. Interpretando las vibraciones de la atmósfera, la mente crea formas y colores, puede vestir los poemas con “ropajes vistosos”.
El nombre de los cuatro elementos que conforman el mundo, vinculado además cada uno de ellos a tres signos astrológicos, pronunciado por los órganos fónicos, cambia el aspecto primigenio de ellos: el agua se hace vapor, el fuego se apaga, el aire se consume y la tierra se resquebraja. El reto será entonces la reconstrucción, superando las trampas del viento que desordena las ruinas, las resquebrajaduras de la tierra seca que absorben el agua o el fuego del sol que la evapora, imágenes todas ellas de la temida “página en blanco”, cuando la mano no logra trazar los signos vitales del poema. Y si un cangrejo mortífero se alojó en el organismo, el cirujano corrige tal absurdo: de nuevo el “lugar” puede “tener lugar” y el tiempo reanuda su marcha. La voz ya recordó al lector u oyente que en el universo, la muerte no significa desaparición total sino paso a otra forma de vida.
Como álbum familiar, después de las invocaciones a los dioses del nuevo mundo y de los antiguos que presiden la vida en los continentes europeo, oriental y americano, respetando la tradición griega, los poemarios siguen la evolución de un cuerpo ya feliz, alegre y confiado en el amor a la pareja y el juego con niños, sede de una mente que reacciona ante cada situación, y tantas veces desilusionado o herido por la violencia del mundo. Asesinatos, guerras, destrucción, horror ante las bombas que respetan los edificios pero matan a los seres vivos. El canto entonces se vuelve treno para señalar cuanto elemento o detalle hiere la sensibilidad juntamente con el cuerpo. Más aun que con actos o sistemas políticos nefastos, el compromiso se entiende como el que une a cualquier hombre con el género humano y su ámbito vital. Pese a las frecuentes alusiones bíblicas, procedentes ya de la cultura del poeta, ya de expresiones cotidianas, la voz ni reprocha ni implora ni se dirige a Dios: se limita a constatar logros y estragos, sin resignación y sin odio, como en el cuadro de Pablo Picasso Guernica –y numerosos fueron y siguen siendo los Guernicas del siglo XX, en el mundo y en el Perú, en Chan Chan, en la Guerra del Pacífico, en las guerrillas de los años sesenta, la lista parece no tener fin–. La muerte de las personas queridas, de los padres y familiares, está evocada con una emoción sincera, conmueve al lector que en algún momento de su existencia conoció tales trances. La sencillez y la sinceridad en la expresión de la alegría o de las penas más profundas instauran entre la mano que escribió y la mirada que descifra una comunicación casi fraternal gracias a la cual sensaciones y sentimientos se comparten naturalmente –“mon semblable, mon frère”, según Baudelaire–.
Sartre dijo que somos responsables de todo ante todos. La voz de Antonio Cillóniz, que se refiere a episodios de la Conquista protagonizados por sus antepasados, entre otros conquistadores, asume la responsabilidad de la violencia en aquellas épocas, tanto como la que hizo tantos estragos en tiempos más recientes. La historia avanza pisando los cuerpos de los que abogan por la paz y la justicia o se rebelan pidiendo libertad. Avanza destruyendo imperios e imponiendo un nuevo orden social, una cultura y un idioma nuevo. Pero también aniquila sin reconstruir. El poeta entonces, como artista que domina el arte de modelar y moderar el lenguaje, como Ángel fieramente humano, habla en nombre de cuantos no pueden expresar su rebeldía y su pena. Sus poemas, siguiendo la tradición prehispánica tanto como el modelo de la naturaleza, cantan el ciclo de la vida material, la transformación de lo que parece muerto mientras está preparando la metamorfosis: la larva pronto será mariposa, y el invierno deja esperar una bella primavera. El mal no será eterno, violencia y destrucción dejarán lugar a un mundo más humano. Es el milagro de la perpetua trasmutación del universo material. “La destrucción en sí conlleva / no la muerte, sino un secreto / y repentino origen”.
Cillóniz reflexiona también acerca de la creación poética. “Verás que no existe lo escrito / por lo que te hace ver / sino por ser visible”. Nada más material que un texto escrito, que da acceso sin embargo a los referentes de las palabras. Pero cada lector interpreta los signos impresos y crea su mundo virtual, tantas veces distinto al del creador que con lo material de la tinta y el papel inventó la forma de sus fantasmas. “Yo tan sólo entreabrí una puerta. / Fuiste tú quien ha entrado”. Generosidad de la escritura, que da a contemplar el universo y la experiencia vital del poeta. El poema que concluye las Noches de invierno, resume el papel que desempeña el poeta consigo mismo y con sus lectores: es “la humilde servidumbre de un maestro” que enseña el mundo y la vida, heredero y transmisor de una cultura y un arte, que la generación siguiente ha de aprender, para que las cosas canten y sigan cantando para existir, y luego, a su vez, transmitir su canto con las palabras claras y hermosas que tejen la continuidad entre fantasmas y realidad.
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