Yohei Morilla Miyakawa

Poeta, abogado / Perú

RAÍCES QUE SE ABRAZAN BAJO UNA MISMA LUZ

El primer encuentro con la figura literaria de Antonio Cillóniz de la Guerra me lo transmitió el distinguido Joaquín Villafuerte. Paradójicamente, no fue mediante una conversación directa, sino a través de un obsequio inesperado: cierto día encontré en mi buzón un sobre que albergaba un libro de autor desconocido. Este volumen, titulado Después de caminar cierto tiempo hacia el este y publicado por los Cuadernos Trimestrales de Poesía, venía acompañado de una concisa nota que rezaba: “Lee esto, mi hermano”. No me sorprendió ni la generosidad del regalo ni el mandato contenido en la nota. Posteriormente, Villafuerte y yo nos encontramos en la universidad para compartir nuestra apreciación poética. Ya previamente le había entregado un ejemplar de la obra de Juan Parra del Riego, a la que él describió como un deslumbramiento que no se impone de inmediato, sino que crece gradualmente. Sin embargo, regreso a la obra de Antonio, cuya lectura inicié de inmediato.

Al adentrarme en sus versos, me di cuenta de que Antonio no era tan desconocido como inicialmente había presupuesto. Recuerdo vagamente que, algunos años atrás, había escuchado mencionar a un poeta secreto, inédito en vida, agraciado con el premio El Poeta Joven del Perú; aunque, en ese momento, su nombre se me escapaba de la memoria.

Los poemas de Antonio, reveladores desde el principio, confirmaron la justeza del premio y el aprecio de Joaquín. Su obra se presenta en el epicentro de las preocupaciones sociales y estéticas de su tiempo, rechazando las etiquetas de poética insular o marginal como un deslumbrante resultado de una poesía única. Cada poema, como una sinfonía, fusiona renovación estilística con referentes culturales clásicos, revelando una joya en su corona literaria. En efecto, la creación de Cillóniz se erige como un reflejo o una sublimación de su renuncia personal al destino del poeta y del dolor que dicha renuncia conlleva. Posee, por ende, una impronta biográfica, ya que los hechos y decisiones de su vida determinan la inflexión y el contenido de su poesía. Además, sus circunstancias personales se transparentan en un extenso abanico de símbolos y analogías, incluso en elecciones léxicas particulares.

Los versos de Antonio Cillóniz, como mencioné anteriormente, me deslumbraron, y este impacto hubiera constituido una experiencia de lectura gratificante si no se hubieran presentado otras circunstancias que confirmaron mi sospecha de un nexo profundo entre Antonio y yo. En ocasiones, durante la lectura de su obra, se manifestaban ciertas coincidencias que revelaban una extraña afinidad sensible y conceptual con el autor, fenómeno que también había experimentado en mi relación con otros escritores.

En “Arcano Mundo”, este poema es un evocativo lamento por la decadencia de la antigua grandeza y belleza, contrastándola con la desolación del mundo moderno. Antonio utiliza la imagen de esculturas clásicas como la Victoria de Samotracia y la Venus de Milo para simbolizar la belleza perdida en la era actual. La metáfora del almendro blanco en flor en medio de las colinas sugiere una búsqueda de belleza y esperanza en un mundo que ha perdido su esplendor. El poema captura la nostalgia por una época pasada y la lamentación por la pérdida de la gracia y la gloria. En cambio, en “Temas míticos”, Antonio reflexiona sobre la elección de temas y la complejidad de abordar la mitología en la poesía. El poema sugiere una profunda contemplación y un proceso de selección cuidadoso por parte del poeta. Las referencias a filósofos antiguos como Parménides y Heráclito añaden una capa de significado filosófico a la poesía, mostrando cómo la poesía y la filosofía pueden converger en la búsqueda de significado. Por último, en “Los trabajos de la tierra”, Cillóniz establece un vínculo profundo entre el autor y la tierra, utilizando referencias históricas para contextualizar su relación con la historia de su país. La última estrofa subraya la importancia de medir y trabajar la tierra de manera sostenible, lo que puede interpretarse como una metáfora de la necesidad de cuidar y preservar nuestras raíces y patrimonio cultural. La travesía de sus versos presenta una fragmentación narrativa ritualística, conectando pasado y presente en un diálogo poético. La fascinación por el Modernismo y el desmarque del realismo social señalan su guía por territorios lejanos.

Mi admiración por la poesía de Antonio, sumada a esta sucesión de proximidades personales, me impulsaron a estudiar su obra con la intención de sistematizarla y comprenderla. Este propósito se vio reforzado al constatar el carácter casi secreto de su creación, a pesar del Premio Nacional de Literatura obtenido. Asimismo, me llamó la atención la escasa bibliografía que rodeaba su obra, limitada casi exclusivamente a reseñas de prensa apresuradas y, en muchas ocasiones, torpes, surgidas con la entrega del premio o la publicación de algunas obras.

Mi interés por la poesía de Antonio Cillóniz ha quedado plasmado en dos entrevistas prolongadas, durante las cuales se ofreció una visión sintética de su figura y su obra, así como en la exploración de otros autores menos conocidos de lo que merecerían ser: Javier Heraud, Alejandro Romualdo y Arturo Corcuera. No obstante, el punto culminante fue la fundación, a mi cargo, de su Cátedra. Este honor, si bien parecía desproporcionado para un individuo desconocido como yo, fue asumido con responsabilidad e hidalguía, sustentado en la configuración de su fibra moral, su sensibilidad estética y su proyecto literario.

Este libro de la Doctora Elena Zurrón se presenta como el definitivo compendio de la obra del coloso Antonio Cillóniz, un homenaje literario al poeta más grande, cuya transparencia de lenguaje y mensaje intenso resuenan como un himno inmortal. Con esta obra maestra, nos sumergimos en un universo literario que desafía, emociona y nos invita a descubrir y amar la grandeza de la palabra poética, encabezada por el poeta mayor, Antonio Cillóniz.

 

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