Aproximación a la épica política de Antonio Collóniz
Leer másPontificia Universidad Católica del Perú / Perú
¿Que son los escombros? ¿Son una metáfora para aludir a la disolución de la historia, a la fragmentación de la vida social, a la revisión de los relatos que hemos producido sobre ella misma? Los escombros pueden el signo de una comunidad amnésica, de un estado en que la vida colectiva solo mira el presente, de un país que no puede imaginar un nuevo futuro porque se ha paralizado ante las trabas de su historia. De otro lado, los escombros también pueden aludir a todo aquello que se ha quedado sin lugar, a esa parte que se ha quedado fuera del todo, a los restos del naufragio. Pueden ser las voces anónimas, los espectros que retornan, los personajes excluidos, las injusticias nunca representadas. Por último, todo ello podría estar representando el desconcierto ante la historia en la que uno ha quedado inserto, ante uno mismo, a la constatación de las posibilidades no desarrolladas en ella, a eso latente que ha sido sistemáticamente trabado por los poderes existentes.
Este libro de Antonio Cillóniz trabaja desde todas estas metáforas que, en realidad, están agrupadas en dos grupos: Versión del otorongo y Lectura de nuestra historia. Ambos, sin embargo, apuntan a lo mismo para registrar el fracaso en la construcción de la nación y los límites de nuestra imaginación como comunidad. Libro de madurez, estos poemas no solo pasan revista a la historia y a la literatura peruana sino a su propia obra. En muchos poemas podemos observar el oficio de un artista que domina el verso gracias a astutos encabalgamientos que parecen no terminar nunca. De hecho, estos encabalgamientos hacen suya la representación del torbellino de una historia que constantemente está removiendo al presente y a su producción simbólica. Las imágenes muestran siempre una sensibilidad desconcertada al galope de caballos desbocados en los que pasa cabalgando el tiempo.
Quizá la constatación que provoca la escritura de estos versos sea la siguiente: la vida actual es el efecto de un desastre, de una catástrofe que ya ha sucedido. Uno tras otro, los poemas representan la trágica constatación de que vida actual no parece otra cosa que la pura sobrevivencia en un escenario de permanente agonía, lleno de escombros, donde tras el relámpago se espera siempre un trueno/ aun cuando hubiese ya caído el rayo. Cito el poema 13 de “Versión del otorongo”:
Con el futuro ya a la espalda
cargando como un fardo en el presente
y así teñido de pasado siempre
nosotros somos unos muertos
que ni siquiera pueden con sus propias manos poner unas malditas flores tan marchitas encima de sus tumbas.
Podemos decir que estas flores en la tumba son la imagen del duelo y el duelo –lo sabemos– no es sino el intento de procesar lo sucedido, de aprehender de la pérdida y de buscar reconstituirse (uno mismo, una comunidad) en otra posición, con una identidad nueva, fuera de la posición antes existente. Sin embargo, este poema parecería representar la falta de duelo, la incapacidad para regresar a lo perdido y dejarse interpelar a fin de buscar otro posicionamiento. Lo cierto es que, como diría Vallejo en el Perú vivos siempre parecemos muertos y tenemos muy poco que ofrecernos a nosotros mismos. Ese fardo que se carga en el presente no es otra cosa que la inercia de un pasado que parece repetirse una y otra vez incansablemente. Otro poema, el número 30, es decisivo al respecto:
Uno tras otro marchan siempre los mortales hacia un abismo
surgen y caen de la nada hacia el vacío como en la interminable fila de los patos en la caseta de una feria
ante el azar
de la mira trucada en la escopeta
y el ojo siempre
del tirador buscándonos
un breve pero repetido instante.
La imagen de la permanente repetición de error es saltante en muchos poemas. Y la repetición –también lo sabemos– es el signo más claro de la pulsión de muerte o del goce de boicotearse a uno mismo. Para muchos de estos poemas, el Perú es, en efecto, el país de las zancadillas y es a razón de ellas que la historia se vive como una tómbola sin premios mayores, como un durísimo relato cargado de nada y vacío. Este es un país donde
la muerte se disfraza
de amanecer a primavera
y se camufla en flor que se marchita
en manantial o río que se secan
en aire que se vicia
y en maíz de unos pájaros que ya han volado lejos. (Lectura de nuestra historia, 75)
Boris Groys ha notado la diferencia de nuestra época con respecto a todas las anteriores. La Edad media miraba al futuro, el renacimiento buscaba el pasado y la modernidad estaba obsesionada con el futuro. Solo la nuestra –sostiene Groys– es la única época que se ira a sí misma porque evade toda reflexión sobre el pasado y porque no le importa el futuro. Los versos de Cillóniz detectan este problema y fuerzan a regresar al tiempo, vale decir, a observar los restos del naufragio y los escombros del presente.
La tradición ha afirmado que el motivo del apocalipsis suele aparecer en momentos de crisis para buscar si algún tipo de redención es posible. El problema es que en el Perú lo verde está muy verde siempre y que toda redención solo puede figurarse desde el coraje por aceptar que la historia y el presente peruano está siempre a punto de llegar al mar / que no es el nacimiento en realidad de nada ahora, sino el ahogamiento siempre de los peces y las algas, la asfixia sola. Es cierto que la poesía no puede cambiar el mundo, pero sí puede aceptar el presente y demostrar las tercas luchas y sobre-vivencias, lo no desarrollado en ellas y el carácter transitorio del presente. La poesía puede bordear la verdad sobre la forma en la que hemos construido la comunidad para, desde ahí, intentar abrir un camino hacia lo nuevo. La visión en este libro es sombría y dura, pero Cillóniz insiste construcción de un decir que nunca renuncia a la imagen: el modo tan imperceptible de seguir discretamente estando.
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