Presentación de un modo de mostrar el mundo
Leer másEscritor / Perú
Hablar de la poesía de Antonio Cillóniz (Lima, 1944) equivale a un acto valorativo de varias connotaciones, por las aperturas múltiples que presenta su escritura y por la necesidad de recuperar una voz meritoria –la suya– escamoteada por cierta crítica recurrente y por la mayoría de las selecciones antológicas. Esto, pese a que ganó merecidos premios literarios en el Perú y el extranjero, además de su difusión por casas editoriales de España y Argentina.
He aquí sus cinco libros de poesía, con el sello de Hipocampo Editores, los que vienen a ser sus obras completas, impresas con una encomiable belleza gráfica. El primer volumen titula Mañanas de primavera, le siguen: Mediodías del verano, Tardes de otoño, Noches del invierno y el poemario Victoriosos vencidos. Este último viene con un prólogo y un epílogo de Antonio Melis y de María del Carmen Sotillos, respectivamente.
Tal vasta entrega contiene los siguientes poemarios que Antonio Cillóniz (AC) publicó en etapas diferentes de su vida: Verso vulgar (Madrid 1968), Después de caminar cierto tiempo hacia el Este (Lima 1971), Los dominios (Lima 1975), Una noche en el caballo de Troya (Madrid 1987), La constancia del tiempo (Lima 1990), La constancia del tiempo (Poesía 1965–1992) (Barcelona 1992), Un modo de mostrar el mundo (Madrid 2000), Según la sombra de los sueños (Madrid 2003) y Heredades del tiempo (Buenos Aires 2012).
Una lectura atenta de estos volúmenes nos lleva a la confirmación de que estamos ante una voz consistente, copiosa, personalísima, esto es, un registro que articula en sí diversos temas, vivencias, modulaciones y grados de captación estética. Desde el primer poema que sirve de entrada a este repertorio total y que titula “Manifiesto poético”, la aventura literaria fluye por todo un mundo (que puede ser también toda una vida) a recorrer. Es una ruta intuida por las pulsaciones del corazón más que por el discernimiento cartesiano. Según Constantino Cavafis, todo hombre es un viajero hacia la isla de Ítaca, de cuyo maravilloso recorrido habla el griego en estos términos: “Cuando emprendas el camino rumbo a Ítaca / Ruega que el camino sea largo / Y esté lleno de aventuras y experiencias”.
Antonio Cillóniz, a su vez, en el poema “Añoranzas” del volumen Mediodías del verano anota el tema de su exilio y su nostalgia de la siguiente manera: “Las dos veces que me fui del Perú fue en barco. Fue como un hondo desgarramiento el ver que me iba lentamente alejando. Las dos veces coincidieron con la caída del Sol en la noche y la súbita desaparición del litoral en el horizonte. Por eso he esperado siempre en cada amanecer poder contemplarlo todavía. Pero cada paisaje que aparece es un país distinto”.
En 1970 AC gana el concurso Poeta Joven del Perú. Es cuando en Lima el grupo Hora Zero empieza a ponerle decibeles altos a su intención de ruptura generacional. Él no constituye parte de esa agrupación, ni tampoco su estética encaja en la línea literaria preconizada por los rupturistas. Hora Zero creía que era el momento de la radicalización ideológica, de convertir a la poesía en denuncia pública de la pobreza, la opresión, del caos social, en perspectiva a generar las condiciones para la llegada de la revolución.
En aquella década los poetas peruanos de mayor gravitación eran los de la Generación del Cincuenta y Sesenta: Martín Adán, Washington Delgado, Blanca Varela, Alejandro Romualdo, Pablo Guevara, Jorge Eduardo Eielson, Antonio Cisneros, César Calvo, Arturo Corcuera y Rodolfo Hinostroza, entre otros. Sin embargo, ninguno de ellos ejerce una influencia literaria directa en Antonio Cillóniz, salvo las naturales resonancias no solo de los nombrados, sino de muchas otras voces de diferentes épocas y latitudes. Cuestión que se explica por la multiplicidad de lecturas a que está obligado un perseverante creador.
Libre de grupos y de encasillamientos generacionales, AC se propuso poetizar su relación personal con el mundo y al cabo de muchos años de tesonera labor, de ausencias y andanzas, de aprendizajes y querencias, en fin, de una luna de miel permanente con la palabra, lo consiguió en la forma de los títulos mencionados. Es todo un esfuerzo de vida registrado en estos volúmenes donde la voluntad inventiva despliega un vasto universo de imágenes, más allá de la dicotomía poesía pura / realismo social.
En efecto, su capacidad de abstracción alcanza serios niveles de complejidad, los que gracias a un estilo llano (de enunciados reiterativos en muchos casos) se prestan a una fácil asimilación de parte del lector. Aun cuando encara temas de esencia metafísica –como el tiempo– la virtuosidad en la modulación del tono elegíaco compite con el afán de ser denso en elementos figurados, sin deslucir la transparencia semántica:
“Porque no hay un tiempo absoluto, sino sucesivos antes y después de cada instante, el tiempo es una lluvia fina que nos cala los huesos. El tiempo es una ráfaga súbita de viento, que levanta el polvo y mueve los árboles; y el imperceptible crecimiento de los árboles a la par que la hierba.
Y cuando todo eso haya concluido, el tiempo ser. la propia conclusión; y ser por tanto también la quietud; y entonces, y solo entonces, servir. para medir la magnitud de su propia existencia.
Porque no hay tiempo, sino espera; no hay lugar, sino postración.”
De la pluralidad de temas que contiene la obra integral de Antonio Cillóniz, destacaré en esta ocasión aquellos que constituyen el libro Victoriosos vencidos, cuyos poemas escudriñan e interpelan ciertos eventos históricos de la humanidad, de manera que la función referencial y la función poética se articulan con natural prestancia. En la óptica del poeta el Homo Sapiens, cuanto más se proclama moderno, más viene perdiendo la noción humanista de la polis, es decir, de ese concepto aristotélico de construcción de la convivencia social. AC reasume la tradición crítica de la mejor poesía latinoamericana y, desde esta línea de resistencia, deshace las falacias de “la alianza de mercaderes, guerreros y banqueros” (Eduardo Galeano dixit) que hoy digita la marcha del mundo. En suma, las grandes iniquidades de la historia se reprocesan en este libro con serena modulación, con indignación creadora, sin que el brillo diamantino de la poesía se vea afectado por el inventario de genocidios y farsas trágicas.
En este recuento deplorable están patrañas y catástrofes históricas como la doctrina Monroe con su frase “América para los americanos”, los campos de concentración y exterminio nazi que el poeta focaliza como una prolongación de las pesadillas de Dante; le sigue el tema del materialismo deshumanizado del mundo de las finanzas, el cual concibe al hombre como simple “capital variable”; está también la cuestión de la desigualdad social, como un circo abominable representado a escala universal; el quinto poema dramatiza el éxodo de los millones de refugiados que, tras haber dejado sus patrias, huyen de las guerras en busca de una precaria hospitalidad.
Sin embargo, al poetizar la vida, el amor, la muerte, el tiempo, el desarraigo, la soledad, el caos social, la violencia imperial, el horror de las guerras, Antonio Cillóniz fue esbozando también –indirectamente– su historia personal en aperturas de compás que nunca perdieron su carácter subjetivo. Encaja apropiadamente en este poeta la alegoría borgiana de aquel hombre que se entrega a sintetizar el mundo en un dibujo total: “A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”.
El caudal poético que Antonio Cillóniz nos ofrece mediante Hipocampo editores constituye ese dibujo borgiano, transfigurado por los efectos de la metáfora y la condensación. En adelante será tarea de sus lectores descifrar las claves retóricas para establecer la relación entre el discurso y los actos. Pero no debe leerse esta poesía meramente como utopía o ficción; léase como cabalmente lo es: un testimonio de vida animado por el soplo creador del demiurgo, una hoguera alimentada de pasión y anhelo de plenitud.
Y si una reflexión final puedo hacer en esta circunstancia es que, al término del viaje, quiero decir del arribo homérico a la isla de Ítaca, sólo quedará la palabra hecha poesía; la palabra poética que es una heredad forjada de cadencias, imágenes y símbolos. Será el tiempo, entonces, quien trabaje en la selección antológica definitiva. Y en esa espera se escucha ya el juicio de alguien como María del Carmen Sotillos, convencida de que la escritura de Antonio Cillóniz es “una de las obras poéticas más significativas y representativas de la actualidad, tanto en el restringido contexto de la poesía hispanoamericana como en el más amplio de la lengua castellana”.
Se trata, en todo caso, de invocar un acto de equidad en una época de reflectores mediáticos, cuando el pleno reconocimiento literario está asociado, muchas veces, a factores extraliterarios, precisamente ahí donde la lógica de la poesía se halla en las antípodas de la fría lógica del mercado.
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