Poesía del nuevo mundo: Del sentido del diálogo entre el...
Leer másPoeta / Perú
La gentil invitación de Antonio Cillóniz para que escribiera este prólogo significa –además de un altísimo honor– una excelente oportunidad para una vez más expresar públicamente mi profunda admiración y respeto por su fecunda obra poética, por la cual de manera unánime es considerado uno de los más importantes poetas de habla hispana.
Además cabe señalar que Antonio Cillóniz pertenece a una rara estirpe de poetas cuya grandeza no radica tan solo en una valiosa producción literaria, sino también en la bonhomía y el don de gentes que en reconocidos rasgos los caracteriza.
Poeta de larga trayectoria, extraordinaria sensibilidad y una singular lucidez expositiva, a través de un constante y riguroso proceso creativo que a todas luces enriquece la vasta tradición lírica del Perú, Cillóniz nos viene entregando una poesía de escrupulosa construcción.
Una poesía original, despojada de artificio alguno, apuntando al rescate de lo esencial, ahondando cada vez más en el análisis y proyecciones de nuestra existencia, logrando comunicar con un lenguaje claro y preciso tan sustantivas reflexiones.
Cito:
Yo voy a hablar ahora
de cosas,
de cosas bien corrientes,
de cosas generales tan manidas,
que son universales,
y así resultan ser frecuentes,
porque las hago tan sencillas
que son hasta palpables,
como el amor mundial, como la propia vida, como la misma muerte”
(p. 36).
En esta línea de pensamiento, veintinueve poemas que estructuran Usina de dolor, singular poemario creado en base a una conmovedora exposición lírica de sentimientos, motivos y circunstancias propias, desde los primeros versos nos envuelven en una peculiar atmósfera que invita a una saludable reflexión acerca del sentido y el sinsentido de todo aquello que define nuestras vidas.
En cada página anida sin patetismo alguno, una confesión natural. En cada verso, a viva voz y con diversos registros, nuestro poeta vuelca su interioridad poniendo especial atención en resaltar hechos y elementos cotidianos que resultan ser las coordenadas que ab initio prevalecen más allá de nuestros humanos anhelos y se expanden arbitrariamente en territorios del cuerpo y el alma con orgánica naturalidad, operando como generadores del dolor en todas sus modalidades: la enfermedad, las frustraciones, la violencia, la injusticia social, los rigores que nos impone el paso del tiempo y el tener que soportar con hidalguía la mezquindad e invisibles vallas de la marginación y el olvido que a menudo encontramos en nuestro camino. Todo lo cual es expresado magistralmente en rotundos versos que hábilmente ensarta en el hilo conductor de una poesía autobiográfica. Una poiesis desarrollada con serena emotividad y entereza, donde cada verso se percibe, se siente y aprehende como el eco inconfundible de sus pasos, la metáfora fidelísima de sus rastros, el quedo reconocimiento de briznas de felicidad y, porqué no decirlo, como una audaz e inteligente estructura lírica que expresa con legítima insolencia el dolor del poeta ante la indolencia, ante el profundo dolor que causa el vacío ontológico, al observar sin tapujos ni medias tintas lo absurdo de la humana existencia, la penosa condición humana y la fragilidad de la materia de la que estamos hechos.
Me remito a sus versos: “y en cada hueso resistiendo hasta la médula y el tuétano / sufriendo, / hasta cuando se descompone entero todo donde acaba, / ya en polvo o en ceniza, que aquí queda, / pero también en humo, en aire convertido” (p. 22).
Y en otro poema manifiesta: “Porque la vida siempre es afanosa, fatigante, / sudorosa, ardua, laboriosa, / molesta, dolorosa, / penosa, lamentable. / Sólo la muerte, reposada y sosegada, / resulta ser reconfortantemente descansada” (p. 37).
A todas luces Usina de dolor constituye un valioso conjunto de poemas afinados y consolidados en otoñales años, cuando la sabiduría –o aquello que más se le parezca– animan una contemplativa postura frente al mundo y los poemas, que brotan como un geiser del pecho abierto del poeta y que entrega como una ofrenda de sí mismo, adquieren un especial significado pues los corona aquella madurez de pensamiento que con espontaneidad llega luego de haber andado ya muchos caminos y bajo distintos cielos.
Los versos de impecable factura, que nos brinda Antonio Cillóniz, son hijos de este su largo y fecundo recorrido, están llenos de sentido y poseen esa invalorable capacidad de comunicar, de establecer un estrecho vínculo con sus congéneres, de hacernos sentir como nuestras sus emociones y sentimientos. Y esta cualidad que es intrínseca de la poesía, esa fundamental capacidad de conmover, de movilizar conciencias al compartir vivencias, emociones y sentimientos, sean estos de dolor placer o escepticismo, se hace verdad en una poesía que intuyo fue forjada parece ser con sangre, sudor y lágrimas, con un extraordinario dominio del lenguaje y un cabal manejo de recursos estilísticos que sin aspavientos la engalanan más, sea cuando en una trama de motivos y circunstancias donde no existen realidades alternativas Cillóniz se confronta a viva voz con el mundo, al observar con madurez crítica una lastimosa evolución de nuestra sociedad, o cuando con sutil ironía y rescatado buen humor aborda males del cuerpo: “y cuando se aposenta acá / la enfermedad más firme y duradera / que sin embargo se hace breve / sin hospital, ni médico, ni cura / y ya, perdida el alma, / sin salvación tampoco para el cuerpo, / porque –hablando hoy de medicina– / yo soy un verdadero especialista / en todas las enfermedades que he sufrido / en cuerpo y alma” (p. 18).
Sus versos convenientemente articulados son pues la expresión desnuda de la interioridad de un legendario vate siempre ajeno a la máscara o al disfraz. Un hombre valiente que va por la vida configurando una poética de cruda reflexión, centrando fortalezas de su palabra en un llamado de alerta contra el letargo, la ingratitud y la marginación. Y en este punto debo subrayar el hecho de que en cada poema, incluso en aquellos donde consigna abiertamente el mayor pesar con un estado de ánimo que pendula entre el escepticismo y el olvido, implícita está la urgente necesidad de hacer cierta la función redentora de la poesía.
He leído estos poemas durante muchas tardes a la orilla de un río que avanza hacia el mar entre inmensas moles de acero y de cemento, y en cada vez me dejaron estremecida, sumida en una azul melancolía. Pero al mismo tiempo, en esas tardes, me embargó aquella indescriptible dicha que propicia el encuentro con una poesía de excepción, en fondo y forma, con rítmicos versos que han habitado durante mucho la interioridad de Antonio Cillóniz y que en este libro resuenan y fluyen serenamente, así como la corriente de este río que avanza por una vieja costumbre hacia el inmenso mar. Y, en esa cara circunstancia, me fue posible emprender aquel vuelo, esa nutritiva ascensión del espíritu que se experimenta ante una poesía que nos toca medularmente, una poiesis en la que las palabras adquieren un centelleante brillo cuando los temas más simples son puestos en valor y, lo esencial, se expone sin jeroglíficos verbales en versos que se abren paso entre fragmentos de una invisible niebla que impide la anhelada comunicación entre los seres humanos. Y esto ocurre porque cada poema guarda en sí mismo un claro y solidario propósito. Porque con la cadencia y el ritmo que impone en lenta progresión el dolor mismo, hallamos una genuina voluntad del poeta de hermanarnos en el mismo sentir.
Cito: “Para luchar desde la vida / contra la muerte de uno mismo / y así de la de todos / en cada muerto agonizante moribundo” (p. 48).
Percibo además que en cada uno de los poemas, en medio de la cadencia y el ritmo que en lenta progresión impone el dolor, existe una encomiable voluntad de nuestro poeta para resistir con estoicismo, paciencia y buen humor las adversidades, los males que aquejan el cuerpo y los padecimientos de la conciencia por esas abiertas heridas en la psique, aquellas que van y vienen acechando entre lo oscuro de nuestros abismos interiores. De este modo –como hombre y como poeta– y en rotundo rechazo a las tradicionales representaciones de la realidad, refunda su ser, se mantiene firme en sus convicciones, y sin fragmentación alguna del pensamiento, manifiesta una conciencia restaurada y en evolución constante. “Y ¿les he dicho ahora / que hoy mismo soy feliz / o tal vez sólo menos desafortunado que antes / por recibir el premio / de la brisa marina mañanera / por entre mis cabellos canos / y el sol de primavera de esta tarde / nuevamente sobre las carnes flácidas?” (p. 57).
Nuestro poeta siempre contrapuesto al envilecimiento de nuestra sociedad contemporánea que avanza sin rumbo y cada vez más distante del ethiks y cualquier otro principio de solidaridad, asume una postura cáustica y desafiante cuando habla de la muerte, situación ineludible que para Antonio Cillóniz pareciera ser algo así como el hada buena del cuento triste de nuestra compartida existencia, poniendo en evidencia que en su poética no están del todo ausentes la ironía y un inteligente humor, que como bien sabemos resultan ser eficaces paliativos para el dolor.
“en cambio desde mi ignorancia humana de la noche / pensando solo / que vivir es un gozo agónico / siempre a la espera que de pronto / se nos desvele en ella a todos / la misteriosa vida eterna de la muerte” (p. 39).
Poeta vibrante y de reconocida preocupación social dentro y fuera de la página escrita, también en este libro, y como una exigencia personal impostergable transparenta este compromiso al dirigir la atención de sus versos a la búsqueda de la justicia social, como un anhelo constante anclado en su conciencia y refrendado por una praxis política y una larga batalla personal por alcanzar sus ideales.
Por consiguiente, en muchos poemas, directa o tangencialmente, además de exponer una dolorosa visión del mundo, mantiene vigente ese aliento revolucionario que lo caracteriza y lo convierte en un portavoz destinado a encauzar necesidades y preocupaciones fundamentales, atento al paradigma de las transformaciones sociales y como una insurgente respuesta a la creciente violencia y a la injusticia social que caracteriza nuestro tiempo.
Poesía personalísima y perturbadora la de Antonio Cillóniz, quien en revelación constante, con inequívoco impulso, ha poetizado una sucesión de rupturas, desencantos y explosiones emocionales con una voz firme y vibrante. Una poesía que nos muestra la radiografía de un poeta que no se rinde y que, con un estoicismo a prueba de balas, luce erguido y creo yo, sin exagerar, radiante, pues se observa en sus versos una clara determinación por continuar su búsqueda introspectiva, vencer el vacío ontológico y lanzar por la borda frustraciones y desengaños. “Porque conservo aún buena memoria / soy consciente de que a mis años / es preferible ya olvidar” (p. 46).
Y en ello –y en todo lo demás excepcionalmente expresado–, Cillóniz hace palpable una vez más la vitalidad de su pensamiento, y a nosotros, en tanto receptores del mensaje, sin que serpentee victorioso un escalofrío interior, echando mano al decir de una filosofía de la cotidianeidad, nos hace partícipes de su visión respecto a los alcances y limitaciones de nuestra fugaz y dolorosa existencia, dejando entrever que todos los senderos de la poesía convergen en un mismo punto: la comunicación de lo esencial, aquella intangible materia que nos hermana a todos y va venciendo las grietas de la soledad y el silencio.
En una grata ascensión entre el aire y las nubes, esas que muchas veces en grises hordas nos embargan escasas alegrías, manifiesto mi beneplácito por el nacimiento de Usina de dolor, un poemario cuya lectura nos ilumina con la sabiduría expuesta en cada línea. Un libro de poesía que sin atisbo alguno de vanidad intelectual atiende medularmente la naturaleza humana. Un libro de poesía que gozamos por su calidad lírica, por su originalidad, por su rítmica construcción. Y finalmente, un libro de poesía que nos abrió las puertas, para compartir en carne propia aquella resaca del dolor que alberga el alma ensimismada de nuestro querido poeta, un dolor que todos llevamos dentro y que, en poesía, Antonio Cillóniz es capaz de expresar en su agridulce magnitud.
Nueva York, 21 de junio de 2018.
[1] Prólogo a Usina de dolor (Lima, Hipocampo Editores, 2018), Premio Nacional de Literatura del Perú en 2019.
Poesía del nuevo mundo: Del sentido del diálogo entre el...
Leer másPoesía peruana del siglo XX. Lectura “interesada” de cuatro libros...
Leer másSobre Antonio Collóniz
Leer másVuelta a una poesía interhumana
Leer másCopyright © Antonio Cillóniz de la Guerra 2025. Todos los derechos reservados.