Obra poéticaLa obra poética de Cillóniz comprende 65 poemarios reunidos...
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Desde la aparición de Verso vulgar, su primer poemario, hasta la publicación de Opus est poesía completa, Antonio Cillóniz ha venido demostrando una tenacidad creadora sin precedentes, tanto en la poesía peruana como en la escrita en lengua española, en los últimos cuarenta años.
Reconocido por la crítica como un poeta insular, puede decirse que Cillóniz ha labrado su obra bajo los dictámenes rilkeanos de contemplación y celebración, ajeno a los halagos y a las expectativas que suelen malograr, generalmente, a los poetas y a su producción literaria.
La lectura de sus textos nos pinta de cuerpo entero a un hombre que contempla, con agudísima mirada, el universo en sus dimensiones micro y macro, ávido por aprehenderlo en su cósmica totalidad o mediante los copiosos aconteceres (minúsculos, y a veces ridículos) que ejecutamos o soportamos los seres humanos. Así mismo, nos muestra a un homo celebrem, es decir a un celebrador que aplaude con palabras la alegría de vivir. Incluso siendo un sueño, / una sombra, un recuerdo / yo sé que tengo vida. –dice uno de sus versos. Contundente afirmación de la existencia como un hecho que, si bien puede ser sometido al crisol de las metáforas (menciono a Calderón a modo de ejemplo) el poeta también puede manifestarlo como ente en puridad, sin transfiguración posible.
Estoy hablando de los pilares que encuentro en la poesía de Cillóniz, porque ella –una vez asentada en el limo apropiado para sus raíces– ha crecido en diversos ramajes, dando a veces la impresión de una voz que se ahoga en su propia exuberancia. Leer a Cillóniz e ir unificando sus cantos hasta reunirlos en los pocos temas o asuntos que ellos contienen es una tarea ardua, pero remunerante. El amor, el desencanto, el ponernos espejos para contemplar nuestras limitaciones, la muerte que va siempre a la caza de los ojos humanos, la rebeldía, la condena a la explotación humana, son varias de las aristas que se hallan en su escritura. Y es que Cillóniz no es un simple árbol del verbo poético, es más bien una secoya.
Para que ocurra todo esto es menester, sin embargo, una palabra afinada y afilada con precisión de tornero. Si bien es cierto que toda su poesía es “verosímil” porque está escrita desde el hondón humano, también lo es por el hecho de que sin un manejo lúcido de la palabra poética toda esa carga sanguínea, ósea y raigal que la caracteriza, carecería de sentido.
El verbo Cillonizense no agota, no cansa, pese a ser profuso. Y no lo hace porque sigue también el dictamen vallejiano de “Toda voz genial viene del pueblo y va hacia él” o aquel de Bécquer: “primero el pueblo sueña y después el poeta escribe”.
Leamos uno de sus poemas: Cuando mi pueblo diga / nosotros / entonces / nunca sabrán ustedes / si son / tú y él / o solo / ellos de quienes hablen. En medio de este “divertimento” con los pronombres gramaticales hay, qué duda cabe, la intención de hablar del pueblo, del proletariado como de “clase para sí”, según el concepto marxista.
Quede claro que nos estamos refiriendo a la sencillez de su lenguaje, pues no se trata de uno coloquial o conversacional al modo de los poetas anglosajones, sino más bien de un extraño caso de lenguaje demótico; extraño porque el lector “entiende” fácilmente lo que el poeta dice, pero no lo que quiere decir. Y esto ocurre porque el lenguaje del habla cotidiana se monta sobre una materia dilucidada previamente como tropo, es decir como figura literaria. Aclaremos con un ejemplo: en el poema “Una soledad solidaria” de su obra completa dice: Las paredes también sufren por la humedad / de las lluvias y hay veces que las oigo / de frío tiritar bajo su piel de cal / y hasta he creído ver los huesos / de sus ladrillos padeciendo. Me eximo de mayores explicaciones.
Todo lo dicho hasta aquí puede encontrarse en este Tríptico de Las Furias que el lector tiene en sus manos. Sin embargo, debo agregar algunos puntos de vista que me parecen necesarios para tratar de conocer los caminos por donde transita la poesía última de nuestro bardo.
Tríptico de las Furias es un poemario agregado a sus “obras completas”, lo cual indica que el poeta no se detiene ni se considera resumido en ellas; por lo tanto es un nuevo camino de exploración poética. Esta vez acude a la mitología griega para, desde allí, trabajar una visión de nuestra cruda realidad fáctica y dejar sentada la posibilidad de renovar constantemente el lenguaje literario. Es una suerte de palimpsesto sobre los personajes mitológicos que encarnan: Tisífone: la furia vengadora del crimen; Megera, la que hace nacer el odio y la discordia entre los mortales; y Alecto que persigue a los inmorales volviéndolos locos o incapaces de volver a cometer los mismos delitos.
Este Tríptico no es sólo el rescate de una mitología, sustrato de toda nuestra llamada cultura occidental, sino también la revelación de un mundo que continúa degradándose hasta emparentarse con la remota realidad que la produjo. La venganza, el odio y la transgresión moral siguen siendo hechos ante los cuales el poeta no puede ni debe callar.
Pero tampoco escribir sobre ellos irresponsablemente. Y este es el reto que se ha impuesto Cillóniz en la escritura de estas páginas. ¿Se agotó el lenguaje, la forma y el elan vital de la poesía comprometida?, ¿quedan para la obsolescencia los versos de Maiakovski, los de Neruda, los de Miguel Hernández o los de Blas de Otero?, ¿son antiguallas o el sólo registro de un instante de la historia de nuestra literatura? Estas interrogantes propician respuestas de diversa índole, todas ellas susceptibles de ser consideradas válidas o antojadizas, según el cristal con que se mire.
La premisa de la que parte Cillóniz es –me atrevo a sostenerlo– la inherencia de la rebeldía en la creación literaria. Es impensable (sugiere) el torremarfilismo o lo que Ortega y Gasset llamó en su momento la deshumanización del arte. Obliterar al hombre y a la sociedad del paisaje literario es más bien una demostración del poderío humano encarnado en la pluma del autor. Por otra parte, ¿cómo desconocer la longa tradición de una poesía que cuestiona, zahiere o convoca a la revolución en nombre de una humanidad libre y luminosa?, ¿no es esta la naturaleza misma de la poesía?
El presente poemario es, en este sentido, una propuesta de continuidad, un decirle a la historia y a sus lectores que el deber sempiterno del poeta es encender el fuego y alimentarlo; y hacerlo cada vez con ramas nuevas, en este caso con la palabra justa y sincera, sin olvidar que el bardo tiene también la obligación de ampliar, con sus aportes, las fronteras del universo verbal de los humanos. Se trata de humanizar al hombre y a los hombres, pues sin este propósito tampoco será posible ninguna ascensión hacia la paradisíaca rosa que nos mostrara el Dante en su inmortal poema.
Para la redacción de este Tríptico, estoy seguro, Cillóniz ha encontrado un derrotero, tanto en el abordaje temático como en el lenguaje. Su poesía no apuesta por una construcción “pensadamente” social, ya que, como queda dicho, lo social es inherente a la creación literaria. Esto quiere decir que sus motivos están allí, los contiene la realidad y el in pectore del poeta. En cuanto a su lenguaje, Cillóniz lo mantiene en un total equilibrio con respecto a su obra precedente, abierto siempre a la aparente “comprensión” de sus receptores, pero sometido al rigor de una alogicidad estructurante sin la cual perdería también su condición de texto literario.
Tanto en el contenido como en el verbo de nuestro autor me parece ver un soporte vallejiano, entendido este como liza y como perspectiva. No hay nada que hacer: quienes escriben poesía hoy, deben necesariamente partir de Vallejo, nuestra valla más alta, pero al mismo tiempo nuestro mejor acicate. Cillóniz lo ha comprendido bien, y en tal razón ha construido su propio derrotero. No quiere, no intenta, ni busca ser epígono de nadie. Desde Verso vulgar es un poeta con voz propia, y esa es su fortuna. Todo lo hecho a lo largo de su experiencia creadora es modular tal voz, acrecentarla y conferirle una sonoridad que no se parezca a ninguna otra porque sólo de esa manera puede expresar –de modo absolutamente personal– las luces y las tinieblas del mundo en que vivimos, tan desastroso, tan terriblemente inhumano.
Cillóniz es, así, un caudaloso río cuyos bordes son nuestras pieles y cuyo destino es el proceloso mar de la existencia misma. Loor a su obra y a su generosidad por escribirla.
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