Presentación sobre los libros de Antonio Cillóniz, Llover sobre mojado...
Leer másPoeta, Colgate University / Perú
En el famoso libro X de La República, Platón expone sus argumentos a favor de la expulsión de los poetas del diseño político de su “ciudad ideal”, arguyendo que estos “no son más que imitadores de fantasmas, sin llegar jamás a la realidad”. Además, el filósofo griego arremete contra los vates de su tiempo al acusarlos de promover una especie de desviación moral con respecto a la rectitud de las costumbres deseadas: “En nuestro Estado no podemos admitir otras obras de poesía que los himnos a los dioses […]; porque tan pronto como des cabida a la musa voluptuosa […] el placer y el dolor reinarán en el Estado en lugar de las leyes, en lugar de esta razón, cuya excelencia han reconocido todos los hombres en todos los tiempos”47. Además de esgrimir un “carácter puramente imitativo”, los poetas fueron soslayados por su falta de autoridad magisterial, porque se consideraba que el arte mimético estimulaba la parte más baja de la composición humana y porque producían un daño moral en la sociedad, ya que “todo arte mimético se asocia con aquella parte del alma que se aleja de la sabiduría y que no apunta a nada sano ni verdadero”48.
En el poemario Usina de dolor (2018), Antonio Cillóniz de la Guerra49 reproduce una temática en la que los poetas y artistas son observados con recelo desde las esferas del poder (el equivalente de la disposición de los estatutos legislativos platónicos):
Porque hoy más que Leonardo
existe la Gioconda,
porque los Girasoles de Van Gogh no se marchitan,
porque después de muchos años
en este mismo instante
están cayendo
las bombas en Guernica.
Esto es lo que Platón temía de nosotros
en su República. (Poema VI)
En este sentido, cabe preguntarse acerca de los motivos de esta implantación de mecanismos que buscan recortar la presencia artística en la vida cívica contemporánea.
En el contexto ultramoderno del siglo XXI, se puede colegir que, tras la instauración de regímenes económicos que velan por la prosperidad de las minorías privilegiadas, la poesía se convierte en una actividad desechable por un sistema voraz que se enfoca en la producción de ganancias monetarias. Por esto, siguiendo los derroteros de la enorme voz de Rubén Darío, quien, en cuentos modernistas emblemáticos, reclamó el hecho de dotar a la literatura de un poder transformativo en el seno de la sociedad mercantil, Cillóniz arremete en contra de “las leyes del mercado promulgadas por el marketing político”, que solamente refuerzan una dinámica de explotación donde para el poeta “es más difícil […] ganar el pan nosotros / que todo el oro ustedes” (Poema V). El creciente dominio del imperio del capital es evidente en estos tiempos cosificados, y su impacto se hace notar incluso en la degradación de la naturaleza:
Desconcertados ya los ciclos del florecimiento y el letargo
con los cambios climáticos recientemente producidos
por la voraz e insaciable codicia y avaricia humanas
de costo y plusvalía,
de almacenaje y producción,
de competencia y monopolio […]. (Poema XXVI)
Entonces, frente a la imposición de directrices mercantilizadas, no es de extrañar que la voz crítica y sensible de los poetas sea vista como una amenaza a los designios del patrón neoliberal que impera actualmente en los países latinoamericanos. Esto se debe a que todo practicante del verso se configura desde el poder de turno como una entidad “marginal y marginad[a]” que pretende rescatar del olvido y la opresión a todas las voces “enmudecida[s] por el hambre de justicia” (Poema XXII). Es decir, las que se erigen como un peligro a la engañosa estabilidad social pergeñada por los poderosos.
En su diagnóstico de la condición alienada del artista en el contexto de su época, Antonin Artaud enfatiza que la incomprensión se debe a una falta de entendimiento con respecto al carácter iluminado de estos seres dotados de capacidades superiores. En otras palabras, los artistas son portadores de una comprensión de la existencia más profunda que cualquier categorización supuestamente científica de la realidad. Los elegidos son capaces de adentrarse en profundidades negadas a las supuestas conciencias lúcidas, pero, a la vez, son estigmatizados y obligados a subsistir en estratos periféricos que les niegan su valor y capacidad. Para el poeta francés, el aniquilamiento del artista en una sociedad indiferente es propulsado por los mismos miembros de ésta, quienes ignoran y soslayan su valía como revelador de sentidos misteriosos y plurisignificativos. Así: “[…] en el caso del suicidio, para que el cuerpo se decida al acto contra natura de privarse de la propia vida se necesita un ejército de seres malditos. Y creo que, en el límite extremo del instante de la muerte, siempre hay otro que nos despoja de la propia vida”50
En el libro de Cillóniz, la metáfora más poderosa del poeta asesinado por fuerzas sociales implacables e indiferentes se materializa en la imagen del “poeta atropellado”51. En ese cuerpo violentado se inscriben las marcas de un olvido sistemático que no hace más que agrandar la brecha entre las esferas del poder y el gozo estético (en tanto actividad que no procura ninguna retribución monetaria a las arcas del estado). El recinto material del poeta, embestido por las planchas mecanizadas del sistema indiferente se encuentra:
cortado de repente por el golpe
del parachoques
frenado el cuerpo bruscamente contra el parabrisas,
de modo fiero, de brutal manera,
con bárbara crueldad,
de inhumana ferocidad. (Poema VIII)
Sin embargo, a pesar de las embestidas veloces de los que se enfrentan a su espíritu combativo, el poeta, aferrándose a todo su esplendor, es aún capaz de levantar pertinentes armas literarias que pueden opacar los afanes por silenciarlo, por sepultarlo debajo de las llantas opresivas de vehículos que no albergan la cimiente de la poesía. Y es que el acto poético, a pesar de verse envuelto en una fábrica de dolor y sufrimiento, emerge de una recíproca relación entre productor y receptor, en una simbiosis que se alimenta de la misma raíz de la que están hechos los sueños y lo eterno:
Por eso ahora siembro
un tamarindo rojo
que a otros después como nosotros
aún cuando sólo siembren
también entregará sus frutos
en una aurora que ya asoma
tras nuestro ocaso rojo. (Poema XVIII)
47 Platón. Obras completas, vol. 8, editado por Patricio de Azcárate. Madrid, 1872.
48 Jiménez Villar, Beltrán. “La poesía en la ‘República’ de Platón, un exilio interior”. Ensayos de Filosofía, nº. 5, 2017.
49 Cillóniz de la Guerra, Antonio. Usina de dolor, Lima, Hipocampo, 2018.
50 Artaud, Antonin. “Van Gogh: el suicidado por la sociedad”, Revista Literaria Katharsis,
2007.
51 En el mapa literario peruano sobresale el trágico final de algunos poetas atropellados en
circunstancias temporales y espaciales distintas, pero en la misma condición de marginalidad
social y abandono: Luis Valle Goicochea, Juan Ojeda, Juan Ramírez Ruiz. Además, se
encuentra el caso de la muerte de Luis Hernández, quien se arrojó, supuestamente, a las vías
de un tren en Buenos Aires. Al respecto, Róger Santiváñez publicó una nota (escrita en 1996)
en el blog del poeta Paolo de Lima, Zona de Noticias (http://zonadenoticias.blogspot.com/),
sobre Carlos Oliva y Juan Vega, poetas del Grupo Neón de los 90. Ambos también
sucumbieron al despiadado accionar de vehículos desbocados en el caótico centro limeño de
fines del siglo pasado. Dice Santiváñez: “2 atropellados. 2 neones. 2 poetas jóvenes. Qué
pasa. Entonces uno piensa en una generación arrasada, en el sentido de golpeada, oprimida
por la dureza del sistema. Alargando (como un chicle) la figura podríamos decir que esta
sociedad al ofrecer poco o nada a los jóvenes los lleva a una búsqueda de la muerte –pero no
directa, sino diagonalmente–. O sea: la propuesta de un desorden de los sentidos que
autodestructivamente coquetea con la Parca”.
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