Jonathan R. Mostacero

Poeta, Filósofo, Crítico literario / Perú

CRÍTICA Y ÉPICA: UNA LECTURA SOBRE UNA NOCHE EN EL CABALLO DE TROYA DE ANTONIO CILLÓNIZ.

En el poema XXII de los Sonetos a Orfeo, Rainer María Rilke manifiesta: “Nosotros somos los errantes. / Pero el andar del tiempo tomadlo como nimiedad en lo que siempre permanece”. La permanencia en el anterior verso podría tomarse como la contraposición al devenir y los logros de la técnica asociados al hombre moderno. Lo que perdura para el poeta es lo que da sentido al mundo, tomando al margen los deseos y la voluntad individual. En un sentido podríamos manifestar que la visión del autor de Las Elegías de Duino en su elocuente lírica evidencia un rasgo parmenídeo: “Todo lo que corre habrá pasado ya, / pues solo lo que queda nos consagra”. La permanencia de lo sagrado enfrentada a la marcha imparable del mundo mecanizado es manifiesta. El hombre se ha tornado errante ante el discurrir de las épocas, pero allí está el pasado que todo lo valía, un pasado que lo hace ser. Tomando esta cualidad errante en la condición humana y el fenómeno de la permanencia en la memoria del hombre, podría ser preciso analizar Una noche en el caballo de Troya (Madrid, 1987, Premio Extraordinario de Poesía Iberoamericana 1985) del poeta peruano Antonio Cillóniz, centrándonos inicialmente en uno de sus más representativos poemas: “Arcano mundo” para luego ir esbozando desde esta visión lírica el panorama social de su acción.

La tendencia general, visible en el poema parece remitirnos a un sentido de melancolía por un mundo perdido: “Los días de las gloriosas epopeyas han pasado: ya no veremos levantarse el humo de las antorchas al pie de las escalinatas de los templos ni las ninfas de blancas túnicas ceñidas a la cintura venir descalzas y bronceadas a ofrecernos una copa de vino –para siempre sonrientes en sus ánforas de barro– vino y agua, flores y uvas en sus cestos de mimbre […]” Esta visión crepuscular que en posteriores versos hace mención del extinto esplendor griego y la belleza de su arte parecería remitirnos a la lírica de Holderlin o a los Cantos de Leopardi, (“Ha pasado la edad en la que la cabeza de la Samotracia soñaba tiempos hermosos, años en los que las manos de Milo acariciaban los torsos apolíneos de gloriosos guerreros”) trae a colación a su vez la visión nostálgica del hombre en tiempos de paz: “[…] En los valles ningún fornido brazo detiene ya las lanzas con su escudo ni conduce la yunta de bueyes por la huella”. El recuerdo se ve presente como un lamento. En Holderlin se atisba la melancolía por la tierra perdida en el extenso poema Archipiélago: “Entonces, ¡oh amigos de Atenas, oh gestas de Esparta, / cara primavera de los griegos! Si llega / a nuestro otoño, tornad y mirad, espíritus todos / del mundo que fue, ¡pues el fin de los años se acerca! / ¡La fiesta también celebrad, oh días de antaño! / A la Hélade miran los pueblos, llorando y cantando / del día orgulloso del triunfo los suaves recuerdos”. Es común encontrar este tono en una voz poética de profundos rasgos filosóficos, rememorando la antigüedad y austeridad de la civilización como registro de lo sagrado encarnado en la épica y la inocencia de tiempos remotos. A diferencia de Holderlin, en su Canto primero, Giacomo Leopardi hace un manifiesto al desasosiego por la menoscabo de la arcaica Italia: “¡Italia mía! Miro muros, arcos, / columnas, simulacros, las caídas / torres de nuestros padres; / mas no encuentro la gloria, / ni el hierro y los laureles que abrumaban / a nuestros ascendientes. Hoy, inerme / el seno muestras y la sien desnuda; / ¡cielos! ¡Cuántas heridas! / ¡Qué mortal lividez! oh, cuál te veo, / ¡bellísima mujer! Al cielo digo / y al mundo: ¿quién la puso / en tal miseria? Y por mayor afrenta/ duras cadenas cíñenle los brazos”. Si bien es cierto, la tristeza y el pathos del poeta italiano es probablemente mucho más perceptible que en el romántico alemán, en ambos perdura la necesidad de velar por la ausencia de la patria ausente y la noción que este mundo moderno se torna pesaroso sin su memoria. La vida es aciaga para el poeta sin aquel vínculo de sentido entre el mundo y la poesía; aquel destroncamiento que subyace en que lo que puede poetizarse no está más en el presente, sino en el pasado que permite transfigurar el modus de esta añoranza hacia un sentido de crítica. Leopardi evoca esta gozosa edad de vigor y entereza en los antiguos pueblos: “Venturosa la edad en que corrían / a morir por la patria / los animosos pueblos en legiones! / ¡Y tú siempre glorioso y venerando, / oh tesálico estrecho, / do la Persia y el Hado menos fuertes / fueron que pocas almas generosas!” 

Cillóniz, al igual que el poeta nacido en Recanati, también manifiesta su predilección por la antigüedad clásica en los versos citados con anterioridad, sin embargo deberíamos considerar que Arcano mundo presenta con manifiesta acuciosidad una materia principal, la denuncia de la guerra y la imposición del sistema capitalista. Esto puede evidenciarse en versos como el siguiente: “Los grandes poemas no cantan ya las hazañas de los terribles aquélidas sino los horrores de las máquinas de guerra”. Los desastres de la guerra y la tiranía han destruido el otrora amable paisaje; los tiempos de la guerra han vuelto, como todo en su flujo dialéctico vuelve a surgir, y en sus secuelas (ver la Victoria de Samotracia sin cabeza o la Venus de Milo mutilada) puede contemplarse la violencia que le es propia: “Porque ya han vuelto los tiempos otra vez, oh señores de la guerra, en que es más rentable construir edificios sólidos que resisten el paso de los neutrones, no de los hombres […]” El requerimiento y exigencia de paz se mantiene como eco en este poema denunciando los destrozos del antiguo esplendor humano y artístico de la civilización; y esto arriba a constatarse cuando se hace un repaso sucinto a los otros poemas que componen esta obra. En el primer poema del libro, El anónimo de Lima, Cillóniz llega a manifestar su fraternidad hacia los oprimidos por esta tiranía: “Escribo aquí desde una casa lóbrega y oscura para un niño rubio de Missouri” o “Yo escribo para los que no saben que yo escribo y ni siquiera que existo”. La intención del autor en otorgar un remanente clásico a su poesía no remite simplemente a la añoranza de tiempos antiguos, más bien su virtud se encuentra en erigir una poesía social partiendo desde la misma tradición, que incluso al denunciar la iniquidad del sistema político imperante no pierde la esencialidad de la misma forma lírica. La poética de Cillóniz es motivada muchas veces por un sentido de meditación o denuncia acerca de la condición subyugada de los hombres que toma un cariz existencial. La visión del destino conjurado por los dioses es de un tono pesimista como lo exhibe el poema “Un salmo piadoso”: “Si odias a los dioses / porque un día te quitarán la vida / toda tu vida vivirás atormentado. / Mas si los amas / porque te dieron la vida una mañana / toda tu vida entonces vivirás / temiendo morir atormentado”. La vida se torna en estremecimiento por la fatalidad puesta en manos de dioses o señores causantes del terror. Ya el mismo Homero había manifestado en La Ilíada que: “Los dioses destinaron a los miserables mortales para que viviesen víctimas de la tristeza, y solo ellos no tienen preocupaciones”. Aquella meditación lóbrega en nuestro autor abrirá paso a fusionarse con la insurgencia en forma de requerimiento en el poema Canto de Exigencia: “Para que el rey descanse en vida / los parias edificaron su palacio. / Para que el rey descanse después de muerto en paz / en vida los parias edifican su mausoleo. / Pero para que el rey no resucite en vida / los parias enterrarán con él al heredero”. 

La necesidad del poeta en no transigir con el poder y el sistema opresor es una constante que marcha trasversalmente por toda la obra. La putrefacción moral a la que esto conmina se ve reflejado En “Epinicio contra el poder” que manifiesta: “Pero el espíritu se les ha ido como un río / por un viento abierto en tempestad de lluvia y fuego / entre nubes que se abren como fardos fúnebres / de apariencia hermosa: mascarillas de oro, / brazaletes de plata, / túnicas de bronce. Pero apestan / sus dientes podridos, flaco el esqueleto, / amarillenta la calavera”. El espíritu, fuente de lo heroico ha escapado, los farsantes se han convertido en los nuevos señores del mundo; poemas como “Epitalamio al capital y el trabajo” lo exhiben: “Una vida sudando para comer mal / dormir mal / y andar muy mal vestido / hasta al fin morirse / como todos ustedes. / Mientras sólo ellos están bien / de comer y dormir tan bien / que no trabajan y descansan / y crecen y se reproducen /pero se heredan y no mueren”. La confrontación de la poesía contra este tipo de realidad debe ser definitiva. La poesía tiene el poder de rememorar las grandes épocas, en su calidad de espacios ideales, esta cualidad la lleva a destacar las grandes figuras del pasado de las que es imperioso mantener en el recuerdo. El héroe clásico de la épica es un ejemplo de ello.

Lo heroico no debe ser olvidado, ya que sin él el mundo estaría privado de belleza y su real esencia. La poesía ha de ser el recuerdo del héroe. En el arte el héroe debe ser perpetuado, y el mundo confrontado ante el por qué de este olvido. El héroe clásico y su notoriedad se han ido, sin embargo lo heroico aún perdura. Cillóniz, al igual que algunos otros notables poetas sociales parece coincidir en la creencia en la heroicidad del pueblo y el lirismo de la revolución. Uno de esos grandes poetas que se recuerda es Vladimir Maikovski que en su Oda a la revolución declara: “A ti, maquinista cubierto de hollín, / A ti, minero que cavas las moles primigenias de la tierra, / Bendito seas, / Bendito seas, bienaventurado. / ¡Gloria al trabajo humano!” El sentir poético de Maikovski refleja, al igual que en Cillóniz la exaltación por el lirismo encarnado en el pueblo y el desprecio por un régimen político apabullante: ¡Ustedes, cómodos pequeño-burgueses! / ¡Oh, malditos sean, tres veces! / Y mis poetas, /¡oh, benditos sean mil veces!

“Arcano mundo” de Cillóniz, tomándose como poema de denuncia, no deja de poseer el rango de emotividad y el aliento homérico que evoca lo remoto. El poeta añora lo cásico porque ve en él un sinónimo de lo heroico, y esto da pie a un reencuentro con la épica sin dejar de lado su arista social. Este modo de mostrar el mundo para nuestro autor es asumir la forma clásica pero desde una concepción “trascendentalista”. Cillóniz se refiere a este concepto cuando analiza la obra de César Vallejo en su ensayo Aproximaciones a la poesía de César Vallejo; para nuestro autor la poesía de Vallejo es un claro ejemplo de una renovación de formas estilísticas sin dejar atrás su compromiso y papel de imputación, esto es, una vanguardia trascendental. De esta forma, Cillóniz transforma el estilo clásico que toma en “Arcano mundo” en un clasicismo trascendentalista en orden de una crítica social y política. 

La solidaridad y la empatía van hacia los héroes anónimos de la revolución que enaltecen estos tiempos (“el niño rubio de Missouri o el negro / feo/enfermo de Brooklyn” en El anónimo de Lima), el pueblo, es decir, el sufrimiento del hombre común dignifica en estos tiempos la poesía. Vallejo, al que siempre nos remite la lírica de Cillóniz, en Traspié entre dos estrellas, como en mucho de sus otros poemas, da muestras de la dignificación del hombre de estos tiempos: “¡Amado sea aquel que tiene chinches, / el que lleva zapato roto bajo la lluvia, / el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas, / el que se coge un dedo en una puerta, / el que no tiene cumpleaños, / el que perdió su sombra en un incendio, /el animal, el que parece un loro / el que parece un hombre, el pobre rico /el puro miserable!” La transfiguración del héroe al hombre cotidiano se hace entonces descubierta. Las injusticias presentes en la vida de los hombres deben ser resueltas por estos mismos, ya que ellos también han sido los capaces de fabular a los héroes a través de la poesía. Los hombres cotidianos, en su dolor cotidiano, siempre han sido los poetas y los héroes. A través de ello llegan a cambiar el curso del tiempo y el poder, a través de ello llegan a ser los agentes de cambio del mundo.

Es necesario también manifestar que tomando en cuenta la problemática planteada en Una noche en el caballo de Troya al respecto de la tiranía y el poder, es propio tomar a colación un poema precedente de esta temática en la obra de Cillóniz situado en su poemario Fardo funerario, nos referimos a Sinfonía del nuevo mundo, donde nuestro autor exhibe una suerte de diálogo con la poesía de Rainer María Rilke, en la que el planteamiento occidental del poeta alemán es cuestionado por una nueva poética, enfatizada en la superación dialéctica de la meditación existencial presente en Las Elegías de Duino.

En sus diez elegías y en los Sonetos a Orfeo, Rilke atiende al problema de la permanencia y a la relación hombre –mundo con una gravidez casi inusual en la historia de la lírica occidental. La obra de Rilke, considerada uno de los cénits poéticos del siglo XX, fue analizada acuciosamente por el filósofo Martín Heidegger, quien considera que la esencia de su poesía radica en la interrogación por el ser y la consciencia de la muerte. Al respecto de esto, Heidegger notaba en sus Sendas perdidas que: “El largo camino hasta esta poesía es, en sí mismo, un camino que pregunta poéticamente. En el transcurso de ese camino, Rilke experimenta más claramente la penuria del tiempo. Los tiempos no son sólo de penuria por el hecho de que haya muerto Dios, sino porque los mortales ni siquiera conocen bien su propia mortalidad ni están capacitados para ello. Los mortales todavía no son dueños de su esencia. La muerte se refugia en lo enigmático”. El transitar ante la muerte revelado como la esencia del ser puede presenciarse claramente al trascurso de la obra de Rilke, como en un fragmento de la Elegía VIII : “¿Quién nos dio pues la vuelta, de tal modo / que, hagamos lo que hagamos, estamos en la actitud / de uno que se marcha? Como quien / en la última colina que le muestra una vez más / del todo su valle, se da la vuelta, se detiene, permanece así un rato / Así vivimos siempre, despidiéndonos.” La naturaleza del hombre está irremediablemente vinculada a la muerte, solo su noción de esta le permite descubrirse como tal, pues únicamente su conocimiento pleno le permite ser. Este meditar universal sobre la muerte en la poesía de Rilke parece llegar a ser confrontado por la lírica de Cillóniz cuando en Sinfonía del Nuevo Mundo llega a decir: “Sin término se abren con la mirada de la bestia / los amantes y un niño ahí calladamente a veces / levanta la cabeza y nos contempla / de lejos pues la muerte cerca no se distingue. / ¿Quién nos ha invertido así? ¡Ni los templos ya respeta! / Mas esto no debe perturbarnos. La vida transcurre / en mutación constante, / aunque donde algo todavía permanece / en nuestro interior / lo hemos previamente transfigurado. / Pues ser pasivo es ser no-ser, para ser / contemplado / uno y otro / otro día.” 

El ser o la esencia de las cosas para Cillóniz radica en el movimiento, el mundo está regido bajo la ímpetu de la dialéctica, de allí sus versos en Epinicio contra el poder: “El espíritu, quiero decir el movimiento de la materia / se les ha ido de los dedos, de los ojos…” El espíritu es algo entendido no en su sentido metafísico, sino desde una interpretación materialista y proletaria. El acercamiento al marxismo es explícito y su manera de abordar el diálogo propuesto por Rilke nos remite a una respuesta clara de aliento materialista. El cambio es forzoso en el surgir de los nuevos tiempos, y este ha de provenir de la misma voluntad humana, conocedora ya de su finitud. La crítica ante los sistemas de poder tiránicos es, de este modo, necesaria y la evocación de los tiempos antiguos, ineludible para validar la presencia del mundo como rastro de lo histórico; potenciando así, en el recuerdo, la figura del héroe, que deberá revivir para ser exaltado por la actual poesía. Para el discurso presente en Una noche en el caballo de Troya, cargado de tradición y crítica humanista, este parecería ser el deber de la lírica en estos tiempos.

 

Bibliografía:

Cillóniz, Antonio (2019) Crítica y poética. Lima: Hipocampo Editores. 

Cillóniz, Antonio (2016) Opus est poesía completa (1965-2016). Tomo I. Mañanas de primavera. Lima: Hipocampo Editores. 

Heidegger, Martín (2010) Caminos del bosque. Madrid: Alianza editorial. Holderlin, Friedrich (1995) Poesía completa. Barcelona: Ediciones 29. Leopardi, Giacomo (2000) Los cantos. Barcelona: Ediciones 29. )

Maiakovski, Vladimir (1973) Antología poética. Buenos Aires : Losada. 

Rilke, Rainer María (1987) Elegías de Duino / Los sonetos a Orfeo. Madrid: Cátedra. 

Vallejo, César (1979) Poesía completa. Ciudad de México: Premiá Editora

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