Reseña a “Un modo de mostrar el mundo”
Leer másUniversidad Autónoma de Madrid / España
Como demuestran los cinco volúmenes que desde 2023 conforman la versión más reciente de su Poesía completa, Antonio Cillóniz tiene en su haber una de las obras más amplias y complejas entre las que la literatura hispánica ha podido ofrecer en las últimas décadas. Esa riqueza se ve inevitablemente amenazada por la selección que cualquier antología supone. Cillóniz ha tratado de paliar las pérdidas ofreciendo solo algunos de sus “aires de primavera”, tal como anticipa el título del volumen que ahora se ofrece a la atención de los lectores, y no una muestra de toda su producción poética, que resultaría mucho peor representada. Esos “aires de primavera” remiten a un período iniciado en los años sesenta del siglo pasado y cerrado con su poemario Un modo de mostrar el mundo, editado en Madrid en el año 2000.
Aunque desde algún tiempo antes ya había dado a conocer algunas muestras de su actividad creadora, Cillóniz irrumpió en el ámbito de la literatura peruana cuando en 1968 se difundió en su país natal Verso vulgar, poemario cuya impresión se había realizado en Madrid cuando concluía el año anterior, y confirmó decididamente su presencia al publicar en Lima Después de caminar cierto tiempo hacia el este, en 1971, tras haber compartido en 1970 el premio «El Poeta Joven del Perú», convocado por la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía. No intentaré adscribir esa irrupción a una generación o un grupo determinados. Aunque su obra se ha mostrado siempre voluntariosamente arraigada en un espacio cultural peruano, Cillóniz vivía en España desde 1961, y su familiaridad con diversas tradiciones literarias dieron desde el principio a sus poemas cualidades que los compatriotas de su edad no compartían. La distancia le evitó distraerse con las polémicas que animaron aquel ambiente, aunque, desde luego, su obra inicial estuvo también marcada por las inquietudes sociopolíticas que agitaron el ámbito literario hispanoamericano desde el triunfo de la Revolución cubana y que los poetas acusaron a la vez que sentían el impacto de la antipoesía, de la poesía conversacional y de otras propuestas renovadoras.
Esas inquietudes se manifestaron intensamente en el Perú, que contó con guerrilleros propios y a partir de octubre de 1968 con un Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas. Las nuevas y prometedoras circunstancias determinaron que Cillóniz regresara en 1973 a su país, donde por un tiempo asumió responsabilidades en el Instituto Nacional de Cultura del Perú. Anticipándose a la deriva política que ya se adivinaba, en 1975 regresó a Madrid, no sin antes publicar en Lima Los dominios, su tercer libro, al frente del cual hacía suya para siempre la advertencia de José Carlos Mariátegui a propósito de sus 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana:
“Ninguno de estos ensayos está acabado: no lo estarán mientras yo viva y piense y tenga algo que añadir a lo por mí escrito, vivido y pensado”. En Los dominios confluyeron reescrituras de Verso vulgar y de Después de caminar cierto tiempo hacia el este con composiciones que en principio habían conformado Fardo funerario, conjunto de poemas destinado a diluirse en las recopilaciones futuras de su obra. En una fecunda relación intertextual siempre renovada, la revisión profunda de creaciones anteriores para conjugarlas con otras nuevas (a veces añadidas a las colecciones antiguas, como el «Libro tercero» que enriqueció Verso vulgar con prosas poéticas o poemas en prosa) será desde entonces hasta el presente una característica de su obra que no se puede ignorar.
Pasaron años hasta que Cillóniz dio a conocer un nuevo poemario, Una noche en el caballo de Troya, que, ganador del «Premio Extraordinario de Poesía Iberoamericana» de la Fundación Banco Exterior, se publicó en Madrid en 1987. En la nota biográfica que precedía a los poemas se aludía a una trilogía conformada por los libros anteriores y denominada La constancia del tiempo, anticipando el título que habrían de llevar las recopilaciones que en 1990 y 1992, en Lima y en Barcelona, mostraron una obra reiteradamente revisada. Esas recopilaciones fueron acogiendo nuevos “libros” (entendidos estos no como volúmenes sino como poemarios) destinados a ampliar y enriquecer su obra. «Panteón», el último de los incorporados en 1992, sería reescrito antes de reaparecer como uno de los ocho que conformaron el mencionado volumen Un modo de mostrar el mundo, donde Cillóniz parecía haber alcanzado su madurez poética definitiva. Desde su título, ese poemario vindicaba la coherencia entre el modo de sentir y el de expresarse, ahora para mostrar que a los tiempos de la épica y de la utopía sucedían otros determinados por el ejercicio de la memoria y por las consecuencias del transcurrir inevitable del tiempo. Las referencias a otros tiempos históricos y a otros espacios geográficos se mantenían, y también las inquietudes políticas y sociales, pero ahora dominaban las reflexiones las de un desconsolado que, a pesar de su desencanto, pretendiera servir de consuelo a otros aún menos afortunados. La voz poética adquirió así un tono meditabundo y nostálgico que prefería la naturaleza a la historia a la hora de precisar las sensaciones y los símbolos que avalasen tanto la conciencia de su finitud como su deseo de persistencia, incluso cuando, como a veces en las prosas rescatadas de la sección «Del sueño de los poemas y otros dominios», la experiencia lírica creara una atmósfera de ensoñación que los lectores ya podían reconocer como característica del autor.
Las secciones y apartados de esta antología son consecuencia del proceso señalado: recuerdan los que antes fueron poemarios o partes (o “libros”) de los mismos, a su vez divididos en capítulos susceptibles de otras subdivisiones, lo que permite en alguna medida conocer la conformación peculiar que Cillóniz ha pretendido para su obra, con el fin de que cada unidad signifique por sí misma y también por los sucesivos conjuntos en los que se inserta. Los resultados incluidos aquí proceden en su totalidad de los tomos I y II de la mencionada Obra poética completa, que a su vez remiten a Mañanas de primavera y a las páginas iniciales de Mediodías de verano, primeros volúmenes de los cuatro que en 1916 conformaban esa obra, y antes (con correcciones, reescrituras y adiciones) a Heredades del tiempo, que en 2012 ya supuso un esfuerzo decisivo para ofrecer una producción revisada, depurada y (en consecuencia) voluntariamente incompleta.
En los poemas «Antonio un hombre», «El poeta acribillado» y «A nuestros dioses mortales», rescatados recientemente, puede el lector recuperar un pasado remoto que parecía perdido: el primero recuerda la fascinación juvenil por César Vallejo, filiación perdurable que revela un espíritu torturado afín y también la raigambre de un lenguaje siempre en busca de la eficacia expresiva; en los otros dos, respectivamente procedentes de Verso vulgar y de Después de caminar cierto tiempo hacia el este, se podrá detectar con precisión el eco de las inquietudes literarias y a la vez sociopolíticas de aquellos años: el poeta acribillado fue el peruano Javier Heraud, asesinado en 1964 cuando militaba en la guerrilla; y, si se relaciona con «Antonio un hombre», en «A nuestros dioses mortales» podemos recuperar no solo una prueba de la creciente hostilidad que los entusiastas de la Revolución cubana manifestaban hacia Pablo Neruda, sino también un síntoma del tránsito desde Neruda hacia Vallejo que ofrecía la poesía hispanoamericana de aquella época.
Quizás en esos poemas están las claves para advertir los impulsos que subyacen en toda obra poética de Cillóniz, desde la necesidad de experimentar con un lenguaje siempre insatisfactorio (actitud consecuente con su insistente reflexión desmitificadora de la propia práctica de la literatura) a las preocupaciones que concretan un humanismo solidario muy personal. El registro coloquial elegido al iniciar su carrera, el anunciado por el título del primer poemario, era el adecuado para expresar aquellas inquietudes sociales, destinadas a perdurar. La ironía, cuando no el sarcasmo, dieron desde el principio un peculiar clima emocional a la manifestación de esas inquietudes. Tal entonación, que incluía a veces un humor cáustico, conjugaba escepticismo y esperanza para acentuar los efectos corrosivos de una poesía rebelde, convertida en arma de combate contra los poderes dominantes, contra los valores establecidos, militancia que Cillóniz asumió desde la soledad que determinaban sus circunstancias personales y su carácter, intransigente en su ejercicio de la libertad. Esa condición comprometida de su poesía, como se podrá comprobar, revive con insistencia en sus referencias a diversos y lamentables episodios históricos del pasado y de los tiempos recientes, así como en las reflexiones suscitadas por un presente que aboca al escepticismo y al desaliento.
Cillóniz también hizo suya a veces la expresión directa y eficaz de un sujeto atormentado que busca compartir con sus lectores sus sentimientos relativos al amor y otras vivencias íntimas. Desde luego, las opciones “realistas” señaladas nunca resultaron incompatibles con la imaginación, siempre libre, y capaz de seguir derroteros propios. Especial interés ofrece la fantasía que hizo viajar al hablante poético por geografías variadas en tiempos históricos diversos, conjugando la recreación de culturas extrañas con las perspectivas y los valores actuales desde los que se recuperan. El lector de esta antología quizá empiece a atisbar en el poema «Tiempos difíciles» esa atmósfera que a veces parece responder a la voluntad de recuperar una voz asociable a lo ancestral, primitivo o simplemente natural, con preferencia por ámbitos americanos u otros relacionables con ellos, faceta que constituyó el aspecto más original y relevante en Después de caminar cierto tiempo hacia el este, para seguir presente en Fardo funerario y en alguna medida en la obra posterior. La realidad abordada se hizo aún más compleja en Una noche en el caballo de Troya y en los “libros” incorporados a las ediciones de La constancia del tiempo, pues, a la vez que se acentuaban las inquietudes existenciales, se incorporaban atmósferas de insomnio o ensoñación (o trance) propicias para desarrollar un discurso poético rico en referencias míticas, depositario de una sabiduría antigua o atemporal, lúcido en la alucinación.
A quienes hayan leído Verso vulgar les bastará con abordar «Palabra amada» para encontrar una de las reflexiones metapoéticas características del autor y también una muestra del proceso que con frecuencia convirtió sus textos en secuencias que enriquecen su significado insertadas en el contexto que les proporciona el conjunto más amplio que ellas mismas construyen. Luego, además de confirmar esas mismas búsquedas, en «Historia natural del poema» se podrá adquirir conciencia de la reelaboración a la que fueron sometidos muchos de aquellos resultados iniciales para sus ediciones posteriores, en busca de una expresión más afinada y más acorde con el motivo que los inspiraba. Consideraciones semejantes podrían hacerse a propósito del conjunto seleccionado para esta antología. La factura conseguida en Heredades del tiempo, con sus retoques posteriores, es por ahora el último resultado de esas revisiones que pretendían mejorar los poemas, procurando que los versos alcanzaran una entonación rítmica capaz de darles una dimensión lírica intensa, conciliando así una gran cultura literaria con la voluntad de acercarse a la mayoría. En consecuencia, en su estado actual los textos han atenuado rudezas expresivas relacionables con la improvisación o la negligencia a veces justificadas por el registro conversacional o por la audacia vanguardista. Quizá los primeros libros de Cillóniz se hayan impregnado así del espíritu propio de su poesía de madurez, pero eso ha redundado en beneficio de la eficacia y del rigor en su lenguaje poético, apuntalando la calidad excepcional que hoy ofrece su obra.
[1] Prólogo a Aires de primavera. Antología poética esencial de Cillóniz (Madrid, Visor Libros, 2025.
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